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Foto: J.V. Landín |
Quizás lo más triste del partido del domingo en A Coruña no fuese la derrota. Perder un derbi siempre duele, pero todos los que abandonamos a eso de las 23:00 horas del domingo el estadio de Riazor, lo hacíamos con la sensación de que nuestro equipo había merecido mucho más y con el convencimiento de que los tres puntos podían haber volado, pero que la buena imagen quedaría para siempre en el césped del coliseo herculino y en la retina de los aficionados al fútbol.
Probablemente lo más triste vino después, subidos ya al autocar, cuando de la boca de un aficionado salieron las siguientes palabras: “ahora a esperar otros seis meses para vivir un partido como este”, “el sábado otra vez a un Balaídos medio vacío”. Unas frases contundentes, crueles y reveladoras, y que deben hacernos reflexionar mucho a todos.
El domingo fue un día fantástico para el celtismo. La fiesta no se pudo coronar con una victoria, pero toda la jornada fue una maravillosa demostración de amor a unos colores. Demostración realizada por las más de 2500 personas que acudieron al feudo enemigo para brindar a los suyos su aliento y ánimo. Durante todo el encuentro, el silencio fue lo único que escaseo en una grada en la que todos, absolutamente todos, colaboraron con sus cánticos a generar un precioso ambiente de fútbol. Lejos de amilanarse por la superioridad local, los hinchas celestes, entre los que me incluyo, jaleamos y apoyamos hasta la extenuación a los nuestros. Ni la derrota final acalló a unos valientes que le cantaron a la soledad de Riazor ya con el partido concluido.
Pero fue abandonar el feudo herculino y las gargantas se apagaron. Y el problema no es que lo hiciesen tras finalizar el partido y fruto del cansancio y la tristeza por la derrota. El problema es que ese silencio se prolongará hasta el próximo sábado en Balaídos, y en las semanas posteriores, provocando que el increíble ambiente de fútbol que se vivió este fin de semana en A Coruña quede en el olvido.
Duele, y mucho, ver como la afición deportivista abarrota día sí y día también su estadio, mientras en Vigo nos cuesta tanto superar la barrera de los 10000 aficionados. No sé quién es el culpable de todo esto, si la gente, la directiva, el estadio o lo que sea, pero lo cierto es que este sábado frente al Hércules, salvo sorpresa mayúscula, Balaídos volverá a presentar un aspecto bastante pobre.
Durante todo el fin de semana, tanto en las redes sociales como a pie de calle, se notaba un fervor por el Celta que brilla por su ausencia otras semanas. Muchos de los que se refugian semanalmente en el blanco y el azulgrana, desempolvaron la elástica celeste, aquella que ocupa el lugar más profundo dentro del armario. Muchos de ellos, seguramente, fueron a Riazor y se introdujeron dentro de la marea celeste, rodeados de gente que probablemente no desprecie el juego de los dos grandes del fútbol español, pero para los que el equipo de su ciudad está por encima de todo.
Es una pena que tengan que llegar las grandes citas para que alguno se acuerde de que el Celta existe. Con la mitad de apoyo que tuvieron los vigueses durante el partido, tanto en A Coruña como en Vigo, Balaídos sería una caldera cada fin de semana y el sueño del ascenso estaría más cerca. Esperemos que algunos de esos “infiltrados” terminen por contagiarse del “espíritu de Riazor” y se sumen al carro celeste, el cual probablemente no les reserve tantas alegrías, pero que viaja lleno de orgullo y satisfacción por defender unos colores.
Porque resulta precioso animar cada semana al equipo de tu tierra, ese que en su vida ha conseguido un solo título y que acumula decepción tras decepción en sus ya 88 años de historia. Ese mismo que, de vez en cuando, te concede una minúscula alegría para encarar la semana venidera con una sonrisa en la boca. Ese que a los siete días vuelve a echar por tierra tus ilusiones y a golpearte de lleno con la cruda realidad. Ese mismo que provoca que saltes de alegría con el tanto del empate en Riazor, y a los dos minutos te deja con cara de tonto al conceder el gol de la victoria local. Ese que te obliga a abandonar A Coruña entre mofas y risas de los rivales, pero orgulloso de portar su camiseta y deseoso de que llegue abril para tomarse la revancha. Ese que es capaz de hacerte llorar de tristeza y alegría a partes iguales. Y es que, aunque algunos todavía no se hayan dado cuenta, ser del Celta es maravilloso.