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| Foto: Marta Grande |
Miraba a mi alrededor, rodeado de azul celeste, y me daban
ganas de llorar. Recordando tantos momentos de sufrimiento, tantas injusticias
y tanto dolor en el terreno de juego extensible al patio de butacas. Los años
en Segunda, las goleadas sufridas, la agonía por no descender, las puertas al
cielo cerradas en nuestras narices…Todo pareció redimirse en una noche
inolvidable como la de ayer.
Hace ya unos cuantos años, el Euro-Celta de Mostovoi, Karpin
y compañía se quedó a las puertas de las semifinales de la UEFA precisamente contra el
Barcelona. En un partido de los que marcan época, solamente el árbitro impidió
la gesta tras anular un gol totalmente legal a Mostovoi. Mientras disfrutaba de
Aspas, Nolito, Augusto y compañía; me acordaba de ese partido y de tantas otras
derrotas o empates injustos contra Madrid o Barcelona. De tantos momentos de
incertidumbre, de tanto dolor, de tanta gente que por desgracia no pudo ver
ayer lo que su Celta es capaz de hacer a día de hoy.
Los once elegidos por el Toto elevaron el fútbol a los
altares y nos hicieron soñar, aunque solamente fuese por un partido, que no
existen grandes ni pequeños. Que ni siquiera el mejor jugador del planeta, con
todos sus grandes escuderos, pudo con la ilusión de veinte y pico mil almas. Balaídos
fue un clamor a cada gol y a cada acometida. Marcó gol a través de los pies de
Iago y evitó la tragedia con las manos de Sergio, ‘el gato de Catoira’.
No caben hoy análisis, porque en el cielo celeste todo se ve
con pasión. Claro está que la situación de Radoja en el campo fue clave, que el
partido de Augusto es impensable, que Orellana bailó a la zaga culé y que
Nolito y Aspas fueron dos puñales. Pero más allá de todo eso triunfó la emoción.
Fue emotivo ver jugar al Celta. Sin complejos, como
acostumbra, pero además con la gasolina a tope y sin negociar ninguna entrada,
ni una carrera, ni un aliento. Fueron la solidaridad, el compañerismo y la
fraternidad los tres elementos que inclinaron la balanza. El equipo nunca se
rompió y el compañero siempre priorizó la ayuda por delante del ego. Eso fue lo
emocionante. Eso fue lo que puso los pelos de punta y nos hizo creernos los
reyes del mundo. ¡Lo fuimos! Entonamos la Rianxeira como en aquellos gloriosos años,
hicimos la ola, sonreímos y con lágrimas en los ojos nos pellizcamos para
descubrir que no, que no era un sueño. Era todavía mejor.
Es solo un partido, ¡pero cuánto significa! Significa que
los niños indecisos, o los que recién estrenan su celtismo, tendrán en el
partido de ayer un motivo gigantesco para afianzarse. Significa que tantos años
de sufrimiento valieron la pena, que en la vida el desierto puede ser arduo,
fatigoso y kilométrico; pero siempre habrá una meta al final que haga que nos
sintamos orgullosos del camino recorrido.
Significa que el Celta, con tan poco, puede hacer un enorme
mucho. Somos y seremos un equipo pequeño pero eso no significa que seamos
nosotros mismos los que nos pongamos techo. Con trabajo, constancia y toneladas
de ilusión seremos capaces de tumbar a cualquiera.
Hoy en los colegios los niños gritarán ‘¡Hala Celta!’. Y los
que vivimos tanto calvario reiremos, cómplices y felices. Aquellos 8000 que
vimos humillantes derrotas ante rivales muy pobres. Aquellos 8000 que sufrimos
temporadas aciagas en las que la Segunda B
era casi una realidad. Y aquellos miles que lloramos en Sevilla con 40 grados a
la sombra. Aquellos que vimos a los deslumbrantes Mostovoi, Revivo, Gustavo López,
Mazinho y Karpin. Pero también aquellos que apoyamos a Saulo, Vara, Fajardo y
Papadopoulos.
Aquellos que nunca, jamás, abandonamos el carro porque sabíamos
que algún día todo el dolor nos sería devuelto en forma de ilusión. Ayer fuimos
niños, viajamos en el tiempo, soñamos con nuestro Celta.
Y lloramos de la emoción, con todo lo que ello supone. Por
nuestros padres y abuelos, que nos inculcaron el celtismo. Por nuestros futuros
hijos y nietos, a los que se lo inculcaremos. Les contaremos que una vez un equipo
que casi baja a Segunda B se rehizo y llegó a ganarle a uno de los gigantes del
fútbol mundial por 4 goles a 1. Y además tendremos pruebas para demostrarlo.
Y seguro, segurísimo, que los convencemos para la causa y animarán cuando
juguemos contra el Eibar. Porque esos tres puntos nos permitirán seguir
soñando.
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