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Foto: Jorge Landín |
A 14 de mayo de 2013, el Celta se encuentra al borde del
abismo. La derrota ante el Betis deja al conjunto celeste en una situación tan
delicada que sólo una sucesión de resultados afortunados puede evitar el
descenso de categoría. El choque del pasado miércoles ante el Atlético de
Madrid vacía de competición este fin de semana. Los olívicos no volverán a
vestirse de corto hasta el domingo siguiente, cuando rendirán visita a un Real
Valladolid con la permanencia ya asegurada. Entonces se cumplirá una vuelta
desde que las cosas comenzaron a torcerse. Fue en Balaídos, la mañana de Reyes
y ante los pucelanos, quizás la última vez que vimos al Celta vistoso e
ilusionante del primer tramo de la temporada. Desde ese momento, el equipo
entró en una dinámica negativa que desembocó en la destitución de Herrera, en
una preocupante pérdida de identidad y en una situación clasificatoria que a
día de hoy parece difícil revertir.
Aquel día, el Celta
afrontaba el choque con la necesidad de vencer. Un mal final de año, con tres
derrotas consecutivas frente a Athletic, Betis y Atlético de Madrid, exigía un
triunfo frente al Real Valladolid. Fue la última vez que vimos a ese Celta
atrevido, valiente. Bien es cierto que ya entonces mostraba las mismas
carencias que en la actualidad –falta de determinación en ambas áreas-
especialmente a domicilio, pero en Balaídos el equipo derrochaba seguridad en
sí mismo, confianza. Desarboló a un Valladolid plagado de bajas en apenas 50
minutos. Aspas, en pleno auge, destrozaba con un doblete a la defensa pucelana.
Lo acompañaba Krohn-Dehli, el gran acierto del verano, un futbolista cuyos
primeros meses en Vigo habían borrado de un plumazo la larga sombra de Fabián
Orellana. Incluso Álex López, que no terminaba de arrancar, comenzaba a dar
síntomas de recuperar su mejor nivel. En defensa, Túñez y Cabral eran fijos en
el eje, mientras que Hugo Mallo destacaba por su espectacular rendimiento.
Otros como Augusto, que no estuvo ese día por sanción, o Park no terminaban de
explotar, pero se les esperaba. El Celta era un equipo prometedor, que venía de
pagar la novatada en la primera vuelta, pero al que se le aventuraba un futuro
tranquilo en la recta final del campeonato.
La realidad le ha
llevado la contraria. Tres días más tarde, todo se empezó a complicar. El Celta
salía goleado del Bernabeu tras regalar Herrera una eliminatoria que se había
puesto de cara en Balaídos. Además, Hugo Mallo, en el mejor momento de su joven
carrera, se destrozaba la rodilla y causaba baja para el resto de la temporada.
Su puesto lo ocupaba Jonny, correcto en todo momento pero sin la experiencia
suficiente como para equipararse al de Marín. Las rotaciones coperas no
sirvieron para evitar que el Espanyol venciese al Celta en un partido muy pobre
de los celestes. Las primeras urgencias aparecían y no se apagaron con sendos
empates ante Málaga y Real Sociedad, donde la falta de puntería y la discutible
actuación arbitral evitaron la victoria. Llegaron Demidov y Pranjic, el primero
para cubrir la baja del lesionado Samuel y el segundo sin saber todavía hoy
para qué. En camino venía Orellana, la gran esperanza celeste. Entre medias, la
final de Pamplona que terminó en derrota tras un incomprensible planteamiento
de Herrera en el que Cabral regresó al mediocentro después del fallido
experimento en Vallecas que no sirvió para nada más que para sentenciar a
Bustos. Fue el principio del fin de Herrera, hundido en el descuento ante el
Valencia y sentenciado en Getafe en un partido infame.
El elegido para
salvar la nave fue Abel, quien aterrizó con polémica por el caso Salva
Ballesta. La primera “Bermejinha” salvó los muebles ante el Granada, pero no
evitó las derrotas ante Sevilla y Real Madrid. El nuevo técnico traía consigo
una idea mucho más arriesgada, la de adelantar la lenta defensa celeste con el
fin de acercar el romo ataque hacia la portería. No funcionó. El bochorno de
Riazor sólo sirvió para resucitar a un muerto, perder durante un mes a la
estrella del equipo y ensuciar la imagen del club a nivel nacional. El empate
ante el Barça fue un espejismo que pronto se encargó de demostrar el Rayo. Pese
a todo, la afición continuó entregada y Abel decidió renunciar a sus principios,
consciente de que aquello no tenía futuro. La cruel derrota de Mallorca no
varió la nueva idea, mucho más coherente con las características de la
plantilla, la cual tuvo éxito ante Zaragoza y Levante. El optimismo y la
esperanza regresaron, incluso con el empate ante el Athletic, pero tuvieron que
llegar Atlético de Madrid y Betis, con la culminación de una labor arbitral
pésima durante todo el curso, para dar el tiro de gracia a un Celta que ahora
depende de un milagro.
Aquel día ante el
Valladolid fue el principio del fin. Fue quizás el último gran partido del
Celta. Desde entonces, cuesta encontrar uno en que haya sido tan superior a su
rival. Fue la última gran actuación de Aspas, mareado primero y menos decisivo
después. También de Krohn-Dehli, del que no hay noticias desde aquel magnífico
pase al moañés que sirvió para inaugurar el marcador. Otros como Álex López o
Park no han terminado de explotar, mientras que ninguno de los fichajes de
invierno, especialmente un Orellana decepcionante, han mejorado al equipo. Tan
sólo Augusto Fernández o jugadores otrora denostados como Vila o Insa han
mejorado su nivel. Herrera se fue y llegó a Abel, y las cosas no sólo no han
mejorado, sino que han ido a peor, tanto futbolística como clasificatoriamente.
El equipo ni gana ni merece ganar. Ha vivido sostenido por una afición
inasequible al desaliento y por el bajo
nivel de los rivales, pero cuanto ha tenido que dar el do de pecho se ha visto
incapaz. Razones que conducen a un descenso todavía no consumado, pero que
parece, si al final se confirma y arbitrajes al margen, a todas luces justo.