![]() |
Foto: Ricardo Grobas |
Volvió el derbi, la pasión y el desfogue a Balaídos. Dos años pasaron desde el último duelo entre el norte y el sur. Superado ese paréntesis de guerra fría, ayer se celebró el partido que se vive por igual en el campo y en las gradas. Más que de alto riesgo, las autoridades deberían declararlo de alto voltaje emocional.
El día y la hora restaron movimiento en la ciudad, pero se siguieron todos y cada uno de los rituales que acompañan a un clásico del fútbol. El del verano en Pontevedra no cuenta. Era amistoso y se celebraba en territorio neutral, sin masas violentas.
Ayer, desde varias horas antes del duelo, las inmediaciones del estadio mostraban signos de la trascendencia de la cita. Sin los dos rivales en la misma categoría, la Liga pierde una de las jornadas más intensas del campeonato. Hasta la llegada del equipo rival se convierte en un acontecimiento de interés. El calentamiento de los equipos tampoco pasa desapercibido para los primeros que se asoman por las gradas, que se llenan como nunca, con más colorido que nunca y con más decibelios que nunca, porque se canta y grita más que nunca.
Habría que inventarlos si los derbis no existieran, por eso es necesario que las autoridades (otra vez) los declaren partidos a conservar. Todo el que intentara destruirlo mediante la violencia o los malos modos, debería ser expulsado de la galaxia fútbol. A los ingleses hay que agradecerles que hayan inventado un deporte que ha recuperado la pasión de los circos romanos o de las corridas de toros, pero sin sangre. Aquí, la mayor violencia está fuera del campo. Es la religión laica, decía Vargas Llosa, y ayer en Vigo se vivió la ceremonia sagrada.
0 comments:
Publicar un comentario