Los dos frentes de Radoja


Foto: Salvador Sas
El serbio realizó un trabajo impecable en el centro del campo pese al aparatoso vendaje de su cabeza tras un choque fortuito

Con sangre y sudor. Así defendió ayer Radoja su territorio, el territorio inexpugnable del Celta, que pudo sumar un nuevo triunfo ante el Deportivo en el tan esperado derbi entre ambos equipos en su reencuentro en Primera División.

El mediocentro serbio se descubre en cada partido como un talento aún por explotar. Queda mucho por ver de este jugador que ayer, además de por su buen hacer en el terreno de juego, destacó por sus idas y venidas al banquillo para que ser tratado de una brecha en la cabeza.

En el minuto 5, en un salto para defender un balón aéreo, se fue al suelo ensangrentado. Entró el doctor Cota para atenderlo, pero Radoja tuvo que abandonar el terreno de juego. En la banda le aplicaron un vendaje tan aparatoso como poco efectivo. A modo de casco, la venda le cubría la cabeza, pero no le nublaba su visión de juego. Fue un auténtico jerarca en el centro del campo durante la primera parte. Neutralizó de tal forma a Fariña que el Deportivo apenas supo de su existencia. Persiguió hasta la saciedad a su adversario hasta ahogarlo.

Antes de llegar al descanso, Radoja hubo de volver a ponerse en las manos de los servicios médicos para que le cambiasen un vendaje que le estaba dando demasiados quebraderos de cabeza. Pese al golpe, el serbio nunca evitó un balón aéreo, ni un despeje, y siguió mandando con mano firme en el centro del campo.

Tras el paso por los vestuarios, el árbitro consideró oportuno que se le retirara el vendaje, que se había aflojado Una vez revisada la herida, permitió que jugase con la cabeza descubierta. Quizá una decisión precipitada, porque en el minuto 59 volvió a sangrar.

Chorreando sangre volvió a la banda para volver a recibir un vendaje compresivo que cortase la hemorragia. Esta vez era menos aparatoso, pero sí más efectivo. Ni el golpe ni la venda nublaron, sin embargo, la visión de juego del serbio, ni aplacaron su ímpetu. Incluso la última gran ocasión del Celta, que erró Larrivey, nació en un robo suyo en el centro del campo.

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