El Celta nunca caminará solo


Foto: Atlántico Diario
Hay pocas alegrías más viguesas que ver ganar al Celta en plena fiesta de la Reconquista. Fue una reconquista, eso sí, con deje andaluz. Porque el rival era el Sevilla y no los invasores franceses y porque fue un andaluz de pura cepa, don Manuel Agudo 'Nolito', quien se vistió de Cachamuiña para derrumbar la puerta hispalense.

Fue un día completo para esos cientos de aficionados que decidieron unir el Casco Vello y Balaídos a pie. Las peñas citaron a los suyos a las cuatro de la tarde en la Puerta del Sol. Previa ingesta de 'choripán' regado al gusto de cada cual, es de suponer, allí se plantaron no pocos ruidosos valientes para emprender el camino al vetusto coliseo olívico, provocando de paso algún que otro atasco que los conductores debieron entender en tan señalada (doble) fecha.

La caminata celeste pasó por Pi i Margall y López Mora para cruzar después Praza América, sede de inolvidables celebraciones, y bajar por Fragoso hacia un Balaídos huérfano de victorias en los dos últimos meses. Desde el 24 de enero, con el Betis como adversario, no festejaba el Celta un triunfo ante sus fieles. Y qué mejor día que el de ayer para volver a saborear el dulzor de los tres puntos, aunque quizás el rival no era el mejor.

El Sevilla llegaba a Vigo tras encadenar seis victorias consecutivas que le habían valido para encaramarse a la quinta plaza y afrontar la recta final del campeonato con serias opciones de pelear por la Liga de Campeones. Era un duro contrincante, cual fiero ejército galo, pero por algo la Leal y Valerosa se ganó tal sobrenombre. Fue leal la afición celeste, con casi 20.000 gargantas en las gradas plenas de apoyo y vacuas de críticas. Fruto del sufrimiento que ya forma parte del ADN del celtista y que alcanzó cotas insospechadas en los últimos años, la hinchada celeste ha aprendido a apoyar a los suyos cuando más lo necesitan. Poco importa que cada una de las demás aficiones de Primera vea ganar a su equipo con más asiduidad. El Celta nunca caminará solo. Ayer, el celtismo lo volvió a demostrar.

Y fue valeroso el equipo de Luis Enrique. Respondió con creces al reto que le planteó el Sevilla y supo sufrir cuando tocó. Las carreras de Gameiro, el genio de Rakitic o la poderosa presencia de Bacca enmudecieron por momentos a un estadio de Balaídos que, sin embargo, acabó convertido en una auténtica fiesta. Porque no hay victoria más agradable que la que llega cuando ya ni se le espera.

La temperatura comenzó a aumentar cuando Martínez Munuera señaló la pena máxima. Se cortaba la tensión. Mientras el trencilla lidiaba con las protestas de los jugadores del Sevilla, Nolito colocaba el balón con mimo en el punto de penalti. Resultaba inevitable recordar su colección de tiros al palo en un momento tan crucial, pero el gaditano no falló. Engañó al siempre bienquerido Javi Varas y marcó, cierto que ajustado al palo, para que el Celta reconquistase Balaídos dos meses después.

Pasado un puñado de minutos, durante el que Yoel se disfrazó también de héroe salvador, el vetusto coliseo olívico estalló. Los jugadores sobre el césped, la afición en la grada, el himno en sus gargantas. Siempre unidos.

Borja Barreira / Atlántico Diario

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