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Foto: Francesc Adelantado |
No jugó el Celta
en la tarde de ayer un mal partido. Tampoco uno excelente, pero la
derrota se asume de forma injusta y triste, porque el cerocerismo
hubiese sido el resultado que la lógica tendría a bien imponer en
el verde. Pero el fútbol, deporte de locos, huye constantemente de
la lógica y un mísero fallo en 90 minutos de seriedad puede echar
al traste todo el trabajo ejecutado. Así fue y cabe preguntarse,
¿por qué siempre nosotros?
Las explicaciones
no suelen ir a la par con este espectáculo deportivo, pero en la
noche de ayer sí existe una palabra que define a la perfección lo
que ocurrió en el partido para bien y para mal. Los del Lucho
exhibieron intensidad defensiva y fueron los minutos en los que ésta
bajó, los que inclinaron la balanza al lado catalán. Los de
Cornellà-El Prat esperaron sin ambición a que el Celta fallase y
cuando esto ocurrió no perdonaron. Hasta ese momento la nada más
absoluta con el dominio del esférico por parte de los celestes.
La ausencia de
Charles se tornó definitiva en detrimento de un Santi Mina que
todavía está muy verde para pelearse con Colottos. El canterano
luchó y corrió lo que pudo, pero casi siempre sin sentido y con la
voz de la inexperiencia resonando fuerte en sus oídos. El Celta, por
lo tanto, fue inoperante en ataque. Todo lo que ganó en defensa,
especialmente en las recuperaciones tras pérdida o en los robos en
campo del Espanyol, se fue al limbo debido a la falta de soluciones
en ataque. Ni un Rafinha que está excelente pudo hacerse con el
mando, quizá por las exageradas (y deliberadas) patadas que sufrió por parte del
rival.
Decíamos,
entonces, que no hizo el Celta un mal partido. Pero como decía el
míster antes del choque, el Espanyol no necesitaba hacerlo bueno
para llevárselo. Sorprende que sabiéndolo no plantease el encuentro
de otra forma. Y sorprende, también, que el mejor hombre de campo
fuese sustituido sin razón alguna. Era Fabián Orellana el ejemplo
de seriedad que requería el partido: solidario en defensa,
participativo en las bandas, intenso en todo lo que hacía. Y sin
embargo el asturiano decidió retirarlo por un Nolito que cada vez va
a menos. Fue entonces cuando el partido cambió.
El equipo redujo
esa intensidad de la que se había pavoneado 70 y pico minutos antes
y se encerró atrás dejando que un cansado Espanyol jugase a sus
anchas. Tampoco solucionaron nada las entradas de Álex López y
Mario Bermejo, quizá con poco tiempo o quizá demasiado
desconectados de lo que el partido exigía. El Celta se dejó ir y el
único error del partido, que se contagió de un central al otro,
supuso el gol de Sergio García. La sensación de impotencia era
indescriptible, pero por esta vez tenía una explicación.
¿Eran necesarios
los cambios que hizo el Lucho? La respuesta solamente la conoce él y
no creo que quiera compartirla. Se escapó, pues, una oportunidad de
encadenar dos victorias consecutivas de una vez por todas. Se escapó,
al menos, un punto que ayudaría lo suyo. Y se escapó, por lo tanto,
un partido que parecía controlado. La próxima estación ya no es de
paso y dirimirá de una vez por todas a qué se enfrenta el Celta
esta temporada. La línea que separa el éxito del fracaso se hace
cada vez más delgada y los errores, por mínimos que sean, se pagan.
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