Señales del destino


Foto: José Lores
El temporal que asoló Vigo se cebó especialmente con el Celta, que en un trágico final vio como se le escapaba un punto. Un final de un día de esos en los que es mejor no levantarse de la cama, en los que si algo puede salir mal saldrá mal. El esfuerzo de los más de 14.000 valientes que acudieron a Balaídos pese al fuerte viento y a la lluvia no tuvo premio, con un apagón incluso que hizo temer por el partido, una oscuridad que se hizo mayor al final.

Tocado y hundido. Así quedaron el Celta y sus aficionados, en una jornada para olvidar en medio del inmenso temporal que asoló Vigo, que, junto al pésimo horario, convertían en una odisea el peregrinaje de la afición a Balaídos, que registró de largo la peor entrada de la temporada, 14.636 espectadores que tuvieron que hacer frente a una lluvia y a un viento que no cesaron en ningún momento. Dos horas en las que no solo los protagonistas sobre el césped tuvieron que lidiar con el agua, sino que también los aficionados, presos de las múltiples goteras, lluvia en alguna ocasión en la grada, y del fuerte aire, que obligaban a abrir los paraguas.

Y es que hay días en los que es mejor no levantarse de la cama, aquellos que llaman a no hacer nada y en el que si algo va a salir mal saldrá mal. Avisó el cielo primero con el tremendo temporal, se hizo más latente al subir las escaleras de Balaídos hasta el asiento, con el viento moviendo todo y con el agua cayendo a chorros desde las alturas, augurando una incómoda actuación a los valientes hinchas.

Con el balón ya en movimiento, el buen juego que desplegó el Celta en varias fases del encuentro hacía pensar que el cuento podría tener esta vez un final feliz. Los jugadores célticos empujaban y trataban de derribar la muralla planteada por Joaquín Caparrós pero pese a las numerosas oportunidades, el balón no quería entrar.

El primero en caer fue Krohn-Dehli, víctima de una mala pisada al filo del descanso, un intermedio en que las luces dijeron basta y dejaron Balaídos completamente a oscuras, una metáfora de lo que ocurría minutos después con el gol del Levante. Ajena a lo que sucedería después, la grada se vino arriba, convirtiendo los casi veinte minutos a oscuras en el momento más animado, con ola incluida por todas las gradas.

Sobre las 21.20 horas regresaba a la luz y el Celta confiaba en poder regatear el destino. El coraje y el empuje de los célticos hasta que les duró la gasolina espoleaba a la afición, que vivió un trágico desenlace acorde al día vivido. En su único acercamiento de la segunda parte, Diop enganchaba un balón caído del cielo para enmudecer Balaídos durante unos segundos, antes de que comenzasen algunos reproches y silbidos por el hartazgo de seguir sin ganar este año como locales. En ese momento, el apagón fue mayor que el del descanso, un final propio de un día de perros, la oscuridad amenaza al Celta.

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