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Foto: Jorge Landín |
La realidad del Celta no es la vivida ayer en Balaídos
contra un equipo que jugando a medio gas te mete tres goles. Y te los mete,
además, con muchas dosis de suerte y ayudas arbitrales reincidentes. La
realidad del Celta es, sin duda alguna, las buenas fases de atrevimiento y buen
juego atravesadas durante buena parte del encuentro. No merecía el equipo
celeste un correctivo así de abultado y sí, por justicia poética, uno o dos
goles en su casillero. Pero ya se sabe que fútbol es fútbol o como quieran
llamarlo y, cuando la pelota no entra, se nos viene el mundo encima.
El FC Barcelona posee entre sus muchas virtudes una calidad
en el pase al alcance de muy pocos. Eso es lo que te mata. Porque presionaron
bien los pupilos del Lucho ayer, pero sin aparente esfuerzo conseguía sacar el
balón de forma aseada el equipo dirigido por el Tata Martino. Y eso que no
estaba Piqué ni jugaron Iniesta ni Xavi de inicio. El resultado de esto, en los
primeros compases, fue el habitual dominio arrollador de los azulgrana. A
destacar un eléctrico Pedrito, de lejos el más enchufado ayer por parte del
rival. Ese dominio se tradujo en timoratas salidas del Celta convirtiéndose una
de ellas en un error garrafal de Gustavo Cabral que propició el 0-1 de Alexis.
El resto no se corresponde con el final. El Celta se quitó
los complejos, como si ese gol activase un botón escondido entre telarañas, y
se encomendó al ataque y al dominio. Comandados por un Álex López espectacular,
los vigueses encararon la portería y hasta en tres ocasiones el balón pudo
haberse colado en la portería de un segurísimo Víctor Valdés. Y de hecho así
fue: en una jugada embarullada, el joven Bartra empuja a Charles colisionando éste
con la salida del guardameta catalán. El balón queda suelto y en semifallo fue
Nolito quien introdujo la pelota entre los tres palos. Si algo fuese punible en
la jugada sería un clamoroso penalti. Fernández Borbalán, quien ya la liara en
el Camp Nou hace un año, pitó falta y a seguir.
No fue lo único que decidió comerse el colegiado. El temido
doble rasero tuvo lugar en cada jugada dudosa. Mientras el Celta veía tarjetas
ahora sí, ahora también; el Barcelona se prestaba al diálogo. Las manos eran
manos en ciertas parcelas del campo y en otras no. Pero ya estamos
acostumbrados. Llueve sobre mojado y poco importa que un malencarado Cesc Fábregas
la tome con el respetable. No es descabellado imaginar que si hubiese ocurrido
al revés el correctivo sería de órdago.
Polémicas a parte, no jugó el Celta un partido perfecto
aunque sí loable. No se rindió nunca a pesar del resultado. Nunca dejó de
encarar la portería rival llegando incluso a rozar el gol en un espectacular
lanzamiento de falta de un Nolito voluntarioso pero fallón. Desafortunados
estuvieron Rafinha, que no acaba de explotar, y un estéril Toni que suplió al
lesionado Jon Aurtenetxe. Charles, mago de lo oscuro una vez más. Augusto
condicionado por una tarjeta amarilla que no vio un Sergio Busquets que no dudó
en rascar tobillo y tirarse a la mínima. En defensa poco se pudo hacer. Este Messi
no parece el Messi de antaño, pero el pánico lo siembre igual. En Barcelona
corren como balas y la suerte, además, está siempre de su lado.
Toca seguir. Ahora empieza la Liga del Celta. La realidad
verdadera que nos situará donde tenemos que estar. Ya sea en el sufrimiento o
en la tranquilidad. Esperemos que este descaro, desafortunadamente inútil en la
tarde de ayer, no desaparezca en Sevilla por inclementes que sean las
circunstancias. Es un partido que se puede ganar. Y de hecho hay que ganarlo. No
desesperemos. La nueva posición de Oubiña, haciendo de sí mismo por fin, invita
a un optimismo que libera al equipo ofensivamente y mejor a cada jugador en su
puesto natural. Es a lo que hay que aferrarse. A eso y a que la pelota entre. Que
ya va tocando de forma regular.
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