El andamio y las gafas de sol


MARCA

Uno ya empieza a tener una cierta edad y a acumular años en el viejo Balaídos. Experiencias de celtismo que ayudan a entender la idiosincrasia del club y su afición. Una afición que nunca deja de sorprender, para bien o para mal. La campaña pasada, pese a todas las dificultades, se comportó como los más veteranos del lugar nunca llegaron a imaginar. En los momentos más duros, en los que casi ni los más optimistas conseguían ver la luz, engulló todos los problemas y creyó a ciegas hasta el final, consciente de la necesidad de un milagro que al final se produjo. Meses después, el camino parece el inverso.
   
Una mala semana, tres resultados negativos, y todo lo construido con anterioridad parece empezar a derrumbarse. No se debe generalizar, pero lo que tampoco se puede esconder es que existe hoy en día en la parroquia celeste un clima de nerviosismo que en nada favorece los intereses del equipo. Un ambiente de inquietud y cierta histeria que no se dio ni siquiera cuando la amenaza del descenso parecía casi una realidad el curso pasado. El equipo no carbura, eso es una evidencia, pero al celtismo en general parece habérsele olvidado que todavía no contamos ocho jornadas de competición. Las críticas, en cualquier momento, son buenas si son constructivas. Pero los reproches, prematuros y destructivos, no ayudan en nada.
   
El objetivo de ellos es claro: Luis Enrique. El técnico asturiano, con sus virtudes y sus defectos, no es un entrenador al uso. No concede entrevistas, entrena más de un día a puerta cerrada, maneja algunos conceptos futbolísticos poco habituales, apuesta por jóvenes canteranos en lugar de futbolistas consolidados, anda en bicicleta, lleva gafas de gol y dirige las sesiones de preparación desde un andamio (algo equivalente a lo que hacen cientos de entrenadores, acostumbrados a presenciar los entrenamientos desde una grada alta que no existe en A Madroa). Tampoco es simpático ni cercano, no tanto como Paco Herrera, y maneja cierto aire de chulería que recuerda a Fernando Vázquez. Al principio lo pintaban como el nuevo Guardiola y para muchos ya es la viva imagen de Stoichkov.
   
Quizás por todo eso no gusta o no cae bien. Quizás por eso, a la mínima que vienen mal dadas, gran parte del celtismo ya se le ha echado al cuello. Quizás también porque descartó a Túñez, algo que a un servidor todavía le sigue pareciendo un error, pero no el causante de todos los males del Celta. Quizás porque, cierto o no, pudo marcharse al Barça en verano. Quizás porque se trajo a tres ex-Barça, renegando en principio de una cantera celeste a la que ahora no para de darle protagonismo. Quizás porque se empeña en poner a Toni de lateral, cuando a casi todos nos parece que su sitio está más arriba. Quizás porque no quiso a Orellana en su momento y ahora lo utiliza porque no tiene otra. Quizás porque apuesta por un fútbol arriesgado y que en la última semana no ha funcionado. Quizás porque rotó en Getafe. Quizás porque aún no ha ganado en Balaídos. Quizás…

Luis Enrique es el principal responsable de la situación actual del Celta. Una situación preocupante en lo futbolístico, pero no dramática en la clasificación. Para drama lo del año pasado con Herrera y sobre todo con Abel Resino, cuando todo lo que no fuese una victoria nos enviaba prácticamente al pozo. Pero hay que recordar que todavía estamos en la jornada 8, que el equipo está en proceso de montaje y que hay que tener paciencia. Si en la jornada 17 esto sigue sin funcionar, entonces será el momento de reconocer el fracaso. Ahora no. En verano, las expectativas se dispararon. Puede que no vayamos a Champions, posiblemente tampoco a UEFA, pero hay mimbres para revertir la mala dinámica y vivir una temporada tranquila. Y para ello, estaría bien darle a Luis Enrique la confianza, tranquilidad, el apoyo y el margen que tuvieron sus predecesores. Aunque lleve gafas de sol y vea los entrenamientos desde un andamio.

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