Pensar, opinar o expresarse sin censura alguna es una
evidente muestra de libertad, pero también un ejercicio de esclavitud. La
responsabilidad que las palabras obligan a adquirir a su emisor es grande y por
eso resulta fundamental mezclar memoria y precaución al pronunciarlas. Cuando
uno manifiesta su percepción de las cosas debe ser cuidadoso, no olvidar su
pasado ni hipotecar su futuro con un discurso que se pierde en el aire pero que
permanece vivo en el papel.
En el día de ayer,
poco después de cumplirse las 18:00 horas, los medios de comunicación anunciaban
la alineación del Real Madrid para su partido en Riazor frente al Deportivo de
A Coruña. Saltaba la sorpresa ante la suplencia de un Cristiano Ronaldo acostumbrado
a no perderse ni los bolos veraniegos. El genial futbolista de Madeira, hombre
franquicia del conjunto merengue, iniciaría por primera vez en la temporada un
encuentro desde el banquillo. En el once de Mourinho tampoco estaban Mesut Özil
ni Sami Kedhira, otros dos indiscutibles
para el técnico portugués. Tampoco Xabi Alonso, quien ni siquiera había viajado
a Galicia para evitar un agravamiento de sus problemas físicos.
Sabido por todos es
que el Real Madrid se juega la temporada en apenas una semana. Los blancos
deben visitar casi de forma consecutiva el Camp Nou y Old Trafford para dirimir
respectivamente sus eliminatorias de Copa del Rey y Champions League ante
Barcelona y Manchester United. A 16 puntos de los culés en el campeonato
regular, la Liga hace tiempo que se ha convertido en un estorbo para los
madrileños, quienes la utilizan como banco de pruebas o para dar descanso a sus
futbolistas más importantes. Hasta ahí nada extraño, ya que resulta totalmente
legítimo que un equipo establezca prioridades y planifique su temporada en
función de ellas. El problema viene cuando uno echa la vista atrás y recuerda
ciertas palabras que en su día pronunció el mismo personaje que hoy hace lo que
antes criticaba.
En septiembre de
2010, el por aquel entonces recién llegado al banquillo del Real Madrid, Jose
Mourinho, lanzó unas duras acusaciones hacia el hoy difunto Manolo Preciado por
su forma de afrontar el duelo que el Sporting, equipo de Preciado, había jugado
contra el Barcelona en la cuarta jornada de aquel campeonato liguero. Según Mourinho, el técnico cántabro estaba “adulterando la competición” al disponer
sobre el Camp Nou de un once plagado de suplentes, lo que sin lugar a dudas
allanaba la victoria azulgrana. Era una acusación dirigida a los gijonenses,
pero extensible a todos los equipos de la Liga, los cuales, conscientes de las
dificultades de rascar algo ante el intratable Barça de Guardiola, preferían
reservar futbolistas para duelos más importantes. El propio Mourinho incluso
llegó a pedir una sanción para dichos equipos, poniendo de ejemplo la Premier
League, donde esos comportamientos eran castigados. El revuelo que se montó
alrededor, especialmente cuando Preciado replicó al de Setubal, fue de notables
proporciones y desde muchos medios de comunicación se apoyó la postura de Mourinho al tiempo que se criticaron las formas de defenderse del santanderino.
Ahora, dos años y
medio después, esas palabras se vuelven en contra del entrenador portugués. El
Madrid lleva meses paseándose por una competición en la que no tiene motivación
alguna. Por el camino ha cedido puntos contra rivales de la zona baja que, en
condiciones normales, no suele regalar. A diferencia de otrora, esta semana no
se hablará del tema y probablemente no haya una sola crítica hacia Mourinho. Todo
estará justificado por los duros compromisos que le esperan al conjunto blanco
en apenas siete días. Nadie comentará la alineación repleta de suplentes en
Riazor que a punto estuvo de privarle de la victoria ante un colista que fue
mejor y al que sólo la falta de acierto en la primera parte y la fatiga física
posterior le arrebataron el triunfo. Nadie recordará tampoco el partido de
Granada, donde el vigente campeón de Liga deambuló sin pena ni gloria en uno de
sus peores partidos de la temporada. Tampoco el de Pamplona, en el que apenas
tiró a puerta en un campo en el que el año pasado, cuando la Liga sí
interesaba, anotó 5 goles. Qué decir del Espanyol en casa, que se llevó 1 punto
en los últimos minutos tras pasarse muchas temporadas sin puntuar en el
Bernabeu.
Evidentemente, no
hay legitimidad para criticar las decisiones actuales de Mourinho. Cualquier persona coherente debe entender que para un equipo haya competiciones más
importantes en determinado momento que otras y que su entrenador las priorice
(y sino que se lo pregunten a Paco Herrera en el Santiago Bernabeu). El Celta,
hasta el momento uno de los “perjudicados” por la dejadez liguera del Real
Madrid (veremos qué hacen los blancos en Vigo), no descenderá o dejará de
hacerlo por lo que hagan los de Mourinho, sino por las virtudes y errores
propios. Lo que molesta es la hipocresía de un entrenador abonado a la excusa
fácil cuando las cosas no vienen de cara y el doble rasero de algún que otro medio de
comunicación. Y es que resultan inconcebibles las diferenciaciones que hace más de uno. Entonces
fue “adulterar la competición”, hoy es “establecer prioridades”. Lo que queda
claro es que, tarde o temprano, todos terminan siendo esclavos de sus palabras.
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