Fallece Mekerle, el "diablillo" de alma celeste


De su memoria nunca se borraron los recuerdos en los que vistió de celeste. "Al final ya ni nos reconocía, pero sí que seguía acordándose del Celta", dice su hija Mercedes. Hasta sus últimos días llevó en su solapa el escudo del equipo de sus amores. Germán Waildele Figuerido (Ourense, 1927), Mekerle, falleció el pasado 2 de octubre en Alicante a los 84 años de edad con el Celta en el tuétano. El jugador formó parte de la "delantera eléctrica" del Celta de principios de los 50 y compartió vestuario con Hermidita, Atienza, Sobrado o Juanito Vázquez.

También se conocía a este grupo como el "frente de juventudes", debido a la corta edad de sus componentes, pero Mekerle llegó a hacerse un hueco en el Celta, en el que militó durante seis temporadas (hasta la campaña 1953-19539). Tuvo después varios destinos. "Dejó el fútbol a causa de una lesión", cuenta su hija Mercedes. "Supongo que para el fútbol ya era mayor", prosigue. Su vida siguió ligada al deporte, pero no al fútbol. "Se hizo entrenador de balonmano, en el Obras del Puerto", explica su hija: "El deporte siempre le encantó".

Guardó hasta sus últimos días un cajón "lleno de recortes de periódicos sobre el Celta. Hojas ya amarillentas que recogían sus partidos con su equipo", cuenta Mercedes desde Alicante, ciudad que acogió a Mekerle tras su marcha de Vigo. "Cuando se fue del Celta fichó por el Hércules y aquí nos quedamos", cuenta Mercedes, que ha escuchado durante su vida incontables anécdotas de su padre como futbolista de élite.

"Él siempre bromeaba y decía que había nacido en la época equivocada porque hoy en día hubiera sido un hombre rico", recuerda con cariño su hija. Después de militar en equipos como el Mallorca, el Cádiz o el Orihuela -tal y como recoje su ficha deportiva-, y de su etapa como entrenador, Mekerle se sacó la plaza de celador: "Se preparó y llegó a tener la plaza en propiedad. Fue a lo que se dedicó hasta su jubilación".

Desde la distancia, sin embargo, su corazón siempre fue celeste. Llegó al Celta después de la época dorada del conjunto celeste en el que consiguió el subcampeonato de la Copa de España de 1948. En su primera campaña solo jugó dos partidos, pero en la siguiente ya empezó a destacar. Debutó en Primera el 16 de enero de 1949 en Alcoy.

En el antiguo Metropolitano de Madrid vivió uno de los episodios más duros de su carrera, al lesionarse en un partido ante el Atlético de Madrid. Sufrió una rotura de ligamentos. Su mejor campaña fue, sin lugar a dudas, la 50/51, en la que destacó su olfato ante la portería, convirtiéndose en el máximo goleador celeste con 12 goles en 23 partidos. "Siempre contaba muchas anécdotas. La más simpática era que se acordaba de que el entrenador siempre les daba azúcar antes de cada partido y que les llamaban los "diablillos", cuenta su hija, viguesa de nacimiento. "Cuando íbamos a Vigo de visita o por vacaciones a nuestra casa de Castrelos sí que le gustaba ir al campo a ver algún partido", añade. "Nunca dejó de lucir en su solaba el escudo del Celta. No así el del Hércules", cuenta.

En la temporada 52/53 apenas jugó. Sus desavenencias con el entrenador, negándose incluso a jugar en Sarriá si no lo hacía como delantero centro, le costaron una multa. La junta directiva solicitó una inhabilitación para el jugador con la consiguiente suspensión de su contrato por tiempo indefinido. Se arrepintió públicamente y el episodio quedó en una multa económica y pudo volver a la disciplina del club. Fue su último año como celeste. En la siguiente campaña fue una de las muchas bajas en el club y recaló en Alicante. Pero desde la distancia, su corazón nunca dejó de ser celeste.


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