Borja Oubiña no es un futbolista pródigo en goles. Sus cualidades no afloran cerca de la portería rival, sino en el medio del terreno, donde se fragua otra batalla. Oubiña barre el campo, destruye el juego enemigo, equilibra la defensa, da sentido a la salida de la pelota. En su carrera con Celta, el capitán ha anotado tres tantos: uno al Tenerife, en Segunda, otro, de cabeza, al Nástic, en Primera, y el maravilloso gol que dio al Celta su último triunfo en Balaídos ante el Sevilla.
El medio centro celeste tiene una memoria bastante nítida de aquel último encuentro que el Celta ganó al Sevilla en Balaídos. "Recuerdo que en aquel partido estuvimos mucho mejor que el Sevilla durante 60 minutos, pero en la última media hora, tras salir al campo Kanouté, sufrimos mucho", observa el medio centro. El equipo vigués había encarrilado el choque muy pronto, con otro gran gol de Baiano en el primer minuto de juego. El brasileño cazó, con un precioso remate a media altura, un certero servicio de Antonio Núñez desde la banda derecha y fusiló a Palop -otro de los supervivientes de aquel encuentro que estará mañana en Balaídos- con un disparo implacable.
Antes del cuarto de hora, llegó el de Oubiña. "Fue una jugada rápida. De repente me veo dentro del área e intento definir como puedo. Son de estas acciones que salen. Me voy hacia delante y, de pronto, veo entrar la pelota", rememora, con modestia, el futbolista.
El gol fue, en realidad, majestuoso. La jugada arrancó de un saque de banda botado por Placente a ocho metros del balcón del área. Oubiña controla la pelota con el pecho y se lanza en picado hacia el portal sevillista, deja atrás a su marcador y se deshace con un espectacular regate en carrera del defensa que le sale al paso. Ya en el área, encara a Palop, espera a que se venza al palo largo y lo bate por el corto.
Con el golazo de Oubiña, el Sevilla comenzó a deshilacharse y el Celta cortejó la goleada. Núñez rondó el tercero y Silva, poco después, dilapidó un mano a mano ante Palop tras una inteligente asociación con Placente. El lateral argentino, sin embargo, estuvo a punto de resucitar al Sevilla con un penalti absurdo a Dani Alves al filo del descanso, pero Pinto detuvo la pena y permitió al Celta irse con holgada ventaja a la ducha.
El partido, sin embargo, se complicó notablemente tras la reanudación con la entrada en cancha de Javier Saviola y, sobre todo, de Kanouté, que sembró el pánico en las filas célticas. Un segundo penalti pueril de Contreras que Pinto ya no pudo detener puso a los celestes contra las cuerdas. Pero resistieron, contragolpearon y sobrevivieron a un último remate que Pinto sacó en la cepa del poste cuando el banquillo nervionense cantaba el gol. El triunfo llevó al Celta a lo más alto de la tabla.
Aquel golazo de Oubiña que muchos aficionados guardan aún en su retina fue el penúltimo que el capitán marcó con el Celta. Al año siguiente anotó otro, de cabeza, al Nástic de Tarragona. Luego la aventura inglesa, la lesión, el calvario de la recuperación y, por fin, la resurrección. Pero el gol no ha vuelto. "Con el primer equipo llevo tres goles. Entonces hacía más o meno uno por año, ahora he perdido el hábito", reconoce.
Su papel en el equipo también ha cambiado. Ahora juega más retrasado y llega menos al área. "Aquel Celta jugaba diferente. Con Iriney o Pablo García era otro estilo. Más que llegar desde atrás, apretaba más arriba", apunta. Y puntualiza: "Ahora, en cambio, atacamos más con los laterales, que de aquella eran defensivos. Los laterales entonces no llegaban tanto arriba, así que atacábamos un poco más por el medio. En este Celta los laterales atacan más y los medios subimos menos".
Herrera, además, le ha ordenado que no se despegue demasiado de los centrales. "Me ha pedido que esté por detrás de la pelota, con lo que ese tipo de situaciones es más difícil que se dé", explica. Aún así, en el último partido, frente al Granada, Oubiña probó fortuna un par de veces desde la frontal. "La posibilidad es que el gol llegue en un rechace, hay que pegarle e intentar que vaya por dentro", dice.
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