Rianxeira, ¡qué bueno que volviste!


Foto: Óscar Vázquez

Para los chicos y chicas de mi generación se había convertido en una melodía rutinaria. Casi desde la cuna, sus letras y acordes se instalaron en nuestra cabeza, acompañadas por imágenes inolvidables de una época gloriosa. Éramos una generación afortunada, la más afortunada de todas. Los domingos después de la catequesis tocaba fútbol, la verdadera religión. Los lunes en el recreo, rodeado de camisetas celestes a la hora del partidillo, había tertulia e imitación de las mejores jugadas de la jornada anterior. El día de Navidad, recién estrenado el videojuego de turno, era momento para vivir una sucesión de derbis que se prolongaban hasta la madrugada del día 26, siempre con el mismo resultado, siempre con el mismo ganador. Cada cumpleaños se convertía en un sinvivir esperando que tras aquel papel de regalo se escondiese una elástica azul cielo con el 10 a la espalda. Y por detrás, siempre esa canción.
   
Como suele pasar, la llegada de la adolescencia supuso la entrada en un nuevo mundo. Lo que antes era fiesta y diversión se había transformado en problemas y responsabilidades. Cierto señor me dijo un día: “disfruta ahora que eres niño, no hay vida mejor que esta”. Tenía razón, tanto en lo humano como en lo deportivo. Lo que hacía aquel equipo, el mío y el de todos los niños y niñas de la ciudad, parecía incapaz de difuminarse en el tiempo. Nuestra infantil e ingenua manera de pensar nos hizo creer que todo aquello sería eterno. Nada más lejos de la realidad. La canción se escuchaba cada vez menos.
   
Ayer regresó. Convertidos casi en adultos, todos los que hace poco más de una década recitábamos esa melodía cual credo volvimos a entonar sus preciosas notas. Con nosotros, otros muchos que crecieron en etapas distintas, con mejores o peores equipos, pero que en mayor o menos medida vivieron su infancia alrededor de esa canción. Sólo los más pequeños, aquellos que nacieron cuando los Baiano, Silva u Oubiña daban los últimos coletazos del Celta en Primera, parecían desconcertados por aquello. “¿Qué cantan papá?”, probablemente preguntó más de uno. La respuesta seguro que fue difícil, ¿cómo explicar aquello? No necesita explicación, cuando sean mayores lo entenderán.
   
La vida al fin y al cabo es como un ciclo económico, con etapas de bonanza y depresión. El celtismo parece vivir ahora en el punto de inflexión, a punto de iniciar el despegue hacia un futuro mejor. Tras ocho años de caída, con un bienio de repunte por el medio, la transición hacia una fase de auge está en marcha. Los niños y niñas pequeños, aquellos que ahora estudian la Primaria y para los que la vida no es más que un juego, están de enhorabuena. Nosotros crecimos con los goles de Gudelj, los regates de Revivo, los centros de Gustavo, la clase de Mazinho y la magia de Mostovoi, pero sobre todo con una canción, la Rianxeira, que se convirtió en la expresión máxima de una pasión, el celtismo.
   
Los Iago Aspas, Yoel, Hugo Mallo o Álex López están obligando a todos esos niños a aprendérsela, a recitarla de memoria, a convertirla en suya propia. Ayer la hicieron volver por primera vez en mucho tiempo a Balaídos, convirtiéndola en banda sonora de un partido ilusionante. Sonó levemente en Pucela y ayer regresó a su hábitat natural, haciendo que pequeños y mayores, jóvenes y ancianos, nos volviésemos a emocionar, volviésemos a recordar la hermosura de su música, como si fuese la primera vez. ¡Qué bueno que volviste!

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