Así que esto es la felicidad


Foto: Marta G. Brea
Noel es el irlandés que se aficionó al Celta por la sonoridad gaélica de su nombre. Lo captaron las cámaras de televisión en la oleada celeste a Valladolid. En la Verde Erín comulgan con el Celtic de Glasgow, la escuadra de los que emigraron a la isla vecina, de los católicos opuestos al poderío inglés. En Escocia celebran por igual sus derrotas y sus victorias ante los reyes ingleses, Bannockburn o Solway Moss. En Irlanda ni siquiera recuerdan triunfos que festejar. Avanzaron de derrota en derrota hasta la independencia, la sangre de Pascua, y son sus debacles las que conmemoran. Es la tradición del funeral en común, como en las aldeas gallegas. También Galicia, insular a su modo, a este lado del telón de grelos, edifica su historia sobre el pueblo colgado en los robles, los mariscales decapitados, los mártires fusilados a mitad del camino hacia la libertad.

El dolor liga a los pueblos atlánticos. Esa tristeza suave, de llovizna y gaita. El Celta se ha construido sobre la resistencia a la desesperación. Es una religión que somete la fe de sus adeptos a duras pruebas. Ha sido este un lustro pródigo en decepciones, generalmente relacionadas con los momentos de mayor exaltación. El fútbol cruel ha elevado al celtismo y en el supremo instante lo ha golpeado con saña. Como ante el Atlético en Copa, como en los viajes a Alcorcón o Granada.

El viento parece haber mudado de dirección. Los seguidores se congregaron ante el Almería y creyeron repetir su infausto sino con los dos tantos almerienses. Se desplegaron por las gradas del Nuevo Zorrilla y recibieron la bofetada que les propinó el 1-0 de Javi Guerra. Quizás alguno intuyó que el Numancia podría quebrar la magia. La fortuna parece dispuesta a pactar una tregua. El equipo remontó. Joan Tomás regaló un júbilo que ya nadie esperaba. El Numancia fue un dulce visitante.

Tan pronto quedó encarrillado el encuentro que Balaídos, que había despertado con entusiasmo, se sintió desorientado. Calló durante algunos momentos. Repitió cánticos. Coreó a los jugadores destacados mediante la fórmula de añadirle un "oh, oh, oh" al nombre. Fue alternando después el "Miudiño" con "A Rianxeira" y algún "que sí, j..., que vamos a ascender". Tan de trámite quedó la segunda mitad que hasta un ola recorrió las gradas. Y todo esto con un cierto aire de extrañeza, como la mano alzada que un aficionado le dirigió al amigo cuando Toni redondeó la goleada. Esa mano que solo suelen ver por televisión y de azulgrana. "Así que esto es la felicidad", debía pensar.

Armando Álvarez / Faro de Vigo 

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