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Foto: Miguel Ángel Santos |
Pero estaban ahí, siempre estuvieron ahí. Faltaba que alguien les diese un empujón, que algo prendiese la chispa que encendiese la llama de un celtismo latente que ha vuelto a salir a la superficie. La reducción de precios para el choque ante el Almería, unido a un partido vibrante, de esos que hacen afición, fue suficiente para que todo el celtismo volviera a ilusionarse, a creer, a tener fe, a pensar que hay algo mágico en esto del fútbol que va más allá de lo racional.
Todos juntos, los incondicionales, los que siempre estuvieron ahí, cogidos de la mano de los que por diversas razones no podían estar, emprendieron un camino hacia Valladolid que llevó a más de 2.300 almas unidas por unos colores. La vuelta ya no sería igual. Hay un antes y un después de este viaje, una transformación imparable que confirma que el celtismo no estaba muerto, sino más vivo que nunca.
Ante el Numancia se espera que el celtismo vuelva a caminar unido y lleve en volandas a los once muchachos de celeste que corretean sobre el césped de Balaídos. Como ha sido siempre, como debió ser siempre. El futuro es prometedor para este celtismo renacido, que besa con orgullo su escudo, grabado a fuego, lleno de victorias y derrotas, de alegrías y penurias, de tristezas y fracasos, pero sobre todo de resurrecciones. Si de algo sabe el celtismo es de volver a la vida. Y esto es otro diáfano ejemplo.
Marcos López / La Voz de Galicia
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