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Foto: Ricardo Grobas |
No voy a ser hipócrita: yo no era de los que confiaba en
Borja Oubiña. Continúo pensando que era algo bastante lógico, y a los hechos me
remito. Mi memoria futbolística no me alcanza a recuperar ningún caso de un
futbolista que, tras prácticamente cuatro años parado por las lesiones, fuese
capaz no sólo de seguir en el fútbol sino de acercarse a su nivel de antaño. Lo
más parecido que recuerdo fue el caso Ronaldo, a quien también una lesión de
rodilla apartó de los terrenos de juego durante dos años. Después regresó e hizo
a Brasil campeona del mundo y consiguió un Balón de Oro. Y es que sí, a veces los
milagros a veces existen, pero verlos en Casa Celta siempre es más difícil.
Yo admiraba a Borja
Oubiña, como jugador y como persona. Impecable tácticamente, se bastaba él sólo
para contener el mediocampo rival, siempre bien colocado, siempre en el lugar
adecuado. Con el balón en los pies le sobraba criterio, tocaba fácil y hacía
circular el esférico con velocidad. Unas cualidades que lo llevaron
merecidamente a la selección española y suscitaron el interés de algún que otro
club con cierto caché.
Pero tras cuatro años en el dique seco lo más
normal es que estas habilidades se difuminen, quedando escondidas en las botas
del futbolista, encontrando grandes dificultades para salir a la luz. Nunca
imagine que Oubiña sería capaz de conseguir esto último, de recuperar las
viejas sensaciones, de volver a mostrar chispazos regulares de su añejo nivel. Me
parecía incomprensible que todavía se confiase en alguien en el que el destino
se había empeñado en no confiar. No entendía como desde el club, con una
seguridad ciega, se esperaba año sí y año también el regreso del centrocampista
vigués. Tampoco comprendía cómo se dejaba marchar a un futbolista como López
Garai, quien si por algo destacaba era por su regularidad, y se renovaba a un
Borja Oubiña para el que alcanzar dicha regularidad parecía como tratar de
capturar el humo con las manos. No me cabía en la cabeza cómo gran parte de la
afición era capaz de olvidar a un ídolo como Cristian Bustos y cubrir ese hueco
con un héroe pasado que prácticamente no había pisado el césped de Balaídos en
las últimas cuatro temporadas.
Ahora, ya lo
entiendo. Borja Oubiña ha terminado por demostrarme que lo impensable puede
convertirse en realidad. Sin apenas rastro de su inactividad, el mediocentro
vigués ha ido recuperando sensaciones a ritmo de vértigo. Todavía no es el que
era, pero desde luego ha alcanzado un nivel inimaginable hace ahora unos meses.
En poco más de medio año, no sólo ha vuelto a entrar en escena sino que se ha
convertido en actor principal de la obra. Hoy por hoy no se entiende un centro
del campo sin Borja Oubiña, quien conforma junto con Álex López el mejor doble
pivote de la Liga Adelante sin lugar a dudas. El ferrolano es la brújula y
Oubiña el timón, el primero es el cerebro y el segundo el pulmón.
El partido de ayer
ante el Murcia es la total confirmación de que Borja Oubiá está de vuelta.
Magnífico, sublime o soberbio son algunos de los adjetivos que se podrían
emplear. Recordó a su mejor etapa gracias a su derroche físico, su impoluta
colocación, su buen manejo de los tiempos. Se hartó de robar balones y concedió
muy pocas pérdidas. Fue sin duda el mejor del partido.
Ahora un servidor,
como muchos otros que tampoco confiaban en su vuelta, se tiene que tragar las
palabras y dar la razón a los pocos que sí lo hacían. Oubiña ha terminado por
quitarme la razón y estoy encantado de tener que aceptar esta inesperada
realidad. Simplemente pedirle disculpas por mi falta de confianza y asegurarle
que a partir de ahora no volveré a dudar de él. Se lo ha ganado con creces.
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