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Foto: Ricardo Grobas |
En el pabellón de Navia quedaron patentes ayer las diferencias que existen en el baloncesto femenino español. Celta y Ros Casares juegan en mundos diferentes. El equipo valenciano tenía su récord de puntos de diferencia a favor en 37 y estaba claro que el objetivo de las celestes era no caer por más. No lo consiguieron y cedieron nada menos que 40 puntos de ventaja.
El equipo de Carlos Colinas tuvo sus dos minutos de gloria. Ciento veinte segundos en los que el Celta fue por delante en el marcador con cuatro puntos de ventaja y dos robos en defensa que alegraban una tarde que no se presumía demasiado buena. Sin embargo, las cosas no tardaron en volver a la realidad. La altura fue una de las diferencias que marcaron los primeros minutos de juego. Las interiores del conjunto valenciano rondaban el 1.95 y había marcas en defensa que rozaban el ridículo. En tres minutos, el Ros logró un parcial de 0-10, con lo que todo comenzaba a quedar visto para sentencia.
Para colmo, las viguesas volvían a tener un día aciago en el tiro, con un porcentaje que no superaba el veinte por ciento, mientras que en el cuadro valenciano anotaban las ocho jugadoras que saltaron al campo.
Con diecisiete puntos de diferencia en el marcador al descanso, Colinas optó por la solución más lógica: colocar al equipo en una zona 2-3 que tratara de frenar el juego interior valenciano. Los resultados no tardaron en verse y al Ros le costaba jugar interiormente sin manejar la opción del tiro exterior. Lo importante ya no era recortar la desventaja, sino que el rival no siguiera con la sangría, que podía suponer un marcador final de escándalo.
Ganar el segundo cuarto por dos puntos (13-11) supuso un extra de moral para un equipo que lo había pasado mal durante la semana por la lesión de Anna Gómez. Las viguesas querían vender cara la derrota.
El Celta del tercer cuarto no tuvo nada que ver con el que en los últimos encuentros era incapaz de encontrar el camino tras el paso por los vestuarios y se dejaba medio partido en un mal comienzo. El equipo vigués siguió manteniendo una zona que, con el paso de los minutos, llegó a desesperar a las valencianas, que no conseguían superar los trece puntos de ventaja.
El trabajo en ataque del cuadro vigués hizo que Isabelle Yacoubou, la mejor jugadora del Ros Casares, se fuera al banquillo a dos minutos para el final del cuarto, con cuatro faltas personales. Sin embargo, las viguesas bajaron en intensidad en defensa, permitiendo que el rival anotara bajo el aro, volviendo los veinte puntos de diferencia en el marcador en el último minuto de juego del periodo.
Sin historia
El último cuarto no tuvo demasiada historia. El equipo vigués se vio incapaz de aguantar el ritmo que le imprimió al partido tras el descanso, lo que fue aprovechado por el Ros para sentenciar el encuentro y superar los veinte puntos de ventaja. Colinas no se conformó, y a siete minutos para el final, con veintiséis puntos de desventaja, solicitó un tiempo muerto para exigirles a las jugadoras un plus especial en esta recta final del encuentro.
El mal del equipo celeste seguía siendo el juego ofensivo, en donde costaba mucho anotar y, sobre todo, seleccionar una buena posición de tiro. Tras seis minutos de juego, las viguesas solamente habían anotado un punto, alargando el bloqueo mental al trabajo defensivo. En ese momento, el Ros Casares comenzó a correr y a la contra llegaba a los treinta y siete puntos de ventaja, a falta de tres minutos para el final. Colinas solicitó su segundo tiempo muerto y la bronca se escuchaba en la otra esquina del pabellón, ya que lo único que le pedía a sus jugadoras era que dieran la cara.
Sin embargo, o de menos fue el marcador final, ya que el Celta concluyó el encuentro ante el Ros Casares con un equipo muy joven: Marta Canella, Cristina Loureiro, María Centeno, Débora Rodríguez y Leonie Kooij.
El próximo miércoles, el Celta cierra el año en La Seu d´Urgell. Una victoria devolvería la tranquilidad al equipo vigués.
Raúl Rodríguez (Faro de Vigo)
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