Las catastróficas desdichas del extremo Dani Abalo



En el año 2004 Jim Carrey protagonizó una ingeniosa y divertida película dirigida por Brad Silberling, un director que dicho sea de paso no pasará a la historia del cinematógrafo más allá de haber dirigido la adaptación de “Casper” en el 1995, sin duda una de las películas de mi infancia. La película en cuestión, basada en una serie de novelas de Lemony Snicket, se titulaba “Una serie de catastróficas desdichas”. En ella, el personaje de Jim Carrey, llamado el conde Olaf, pretendía asesinar de forma que pareciera un accidente a tres infantes con la intención de apoderarse de una jugosa herencia. Así, la película desarrolla las intentonas del excéntrico conde y la forma en la que los pequeños consiguen librarse de su ira asesina.

¿Qué tiene que ver esto con la actualidad celtista? Poco o nada. Simplemente sirve para ilustrar, a modo de introducción y por coincidencia literaria, la situación de ese joven extremo derecho que no termina de explotar en el club vigués. Dani Abalo, como el conde Olaf, no deja de experimentar desdicha tras desdicha, cada cual más catastrófica que la anterior. La última de ellas es noticia hoy mismo y deviene de una decisión, controvertida y a la vez previsible, del míster Paco Herrera. Abalo, tras su desastrosa actuación del domingo pasado, es excluido temporalmente del equipo hasta nuevo aviso (o más bien hasta recuperación anímica). Por lo pronto no entra en la convocatoria del partido de Copa de mañana ante el Valladolid, algo que resulta chocante si tenemos en cuenta que el llamado “torneo del K.O.” suele servir para dar oportunidades a los menos habituales. Dani Abalo, desgraciadamente para él y para nosotros, no es ya ni de los menos habituales.

El descalabro del pasado sábado ofrece múltiples lecturas que me gustaría analizar con calma. La primera cae por su propio peso y es la más evidente: Dani Abalo ha experimentado una línea descendente más que preocupante desde su gran partido ante el Numancia…¡hace un año! Desde entonces no se sabe nada de él. Ni está ni se le espera, como se suele decir. Las intervenciones en el equipo que nos ha regalado dejan mucho que desear y lo más sorprendente es que en vez de mejorar, el chaval parece haber ido a peor. No creo que sea el único que, desde mi butaca en Río Bajo, se desespera con sus pérdidas de balón, sus centros fallidos y su cansancio demasiado tempranero. Algo pasa con Abalo.

La otra lectura es más intrínseca, más críptica y por ello menos reluciente. Paco Herrera, desde que se avecinó el descalabro de Abalo, no ha sabido gestionar bien a un jugador necesitado. Me resulta incomprensible, por no decir ridículo, que Herrera disponga de Dani Abalo como primera opción de recambio en el minuto 60 de un partido empatado. Un Dani Abalo que venía de bastantes semanas sin participar (si mal no recuerdo en alguna ocasión no fue ni convocado) y que parecía totalmente fuera de la dinámica del grupo. Para rematar la jugada, el sustituido fue De Lucas, que si bien no estaba ante su mejor tarde, se le veía activo y con ganas. Herrera no ha sabido (o no ha querido) recuperar a un Abalo que ahora mismo parece enterrado. De sobra es sabido, no hace falta ni conocerlo, que el bueno de Dani es un auténtico flan en cuanto a moral y confianza se refiere. Pierde un balón y el mundo se cierne sobre él, siendo ya casi irrecuperable para el resto del partido.

Y eso, a juicio de quien suscribe, es trabajo del entrenador. Evidentemente el jugador tiene su parte de culpa, es más, es responsable en un porcentaje bastante alto de su rendimiento. Pero la confianza, la fortaleza y el carácter forman parte del trabajo motivador del responsable directo de la plantilla. Eso hay que gestionarlo con el mejor de los cuidados. Y por lo pronto no parece que Herrera tenga mano izquierda para estos casos: hoy confío en ti, mañana te descarto. Así no se puede. De momento las desdichas de Dani Abalo seguirán siendo igual de catastróficas. Hasta nuevo aviso. Su historia parece viajar en paralelo a la del pobre conde Olaf. Esperemos que su final, por aquello de la superación y de la emoción, sea totalmente distinto.

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