La victoria como bálsamo


En Soria asistimos al enésimo mal partido del Celta esta temporada. El equipo vigués dio una pésima imagen en el campo de los Pajaritos hasta que, fruto de un error infantil de Sunny, se vio con el choque de cara. La escuadra viguesa acumula a estas alturas demasiados encuentros solventados por su innegable poder ofensivo. Es cierto que en el plano defensivo ha logrado una consistencia más que interesante, pero el rendimiento global del equipo sigue sin ser óptimo. Y, personalmente, comienzo a creer que este es más un problema de mentalidad que de esquema. Con esto no quiero decir que los jugadores no estén comprometidos. Sencillamente, es un problema psicológico. Un famoso entrenador de baloncesto decía que primero había que aprender a hacer las cosas bien para después hacerlas siempre bien. El Celta no ha conseguido lo primero, por lo que no puede hacer lo segundo. Y el causante de esto puede ser la presión por el ascenso.

Muchas veces no somos conscientes de la importancia de la psicología en el deporte. Y, en ocasiones, lo tenemos delante de nuestros ojos. Un claro ejemplo fue lo que le sucedió al cuadro celeste la pasada campaña. Durante la primera mitad de la temporada, el club vigués consiguió determinadas victorias, como en Vallecas, en el Nou Estadi o en el Alcoraz que probablemente no mereció. Pero, como si fuese algo rutinario, iba sumando los tres puntos. Es cierto que la mayoría de las victorias eran merecidas, pero otras no. El Celta parecía lanzado hacia el ascenso, pero entonces sucedió algo extraño. De un día a otro y sin razón aparente, los papeles se invirtieron.

La escuadra celeste comenzó a perder puntos en determinados partidos en los que dilapilaba ocasiones de gol. Fue superior al Huesca y al Villarreal B en casa, pero fue incapaz de sacar algo positivo. Y entonces, como si se tratase de un efecto dominó, los engranajes de la nave viguesa comenzaron a fallar en serie. David Rodríguez ya no era ese killer que luchaba por el pichichi de Segunda, los pases de Trashorras no eran los de antes, López Garai comenzó a sentirse perdido en el terreno de juego, los centrales cometían errores garrafales... Salieron a la luz una serie de problemas que el equipo no acusaba antes. ¿Casualidad? No, presión y falta de confianza. El Celta sintió el llamado mal de altura y su rendimiento decayó, dando vía libre al Rayo y al Betis. La rutina pasó a ser la de las derrotas, y a punto se estuvo de no acabar entre los seis primeros.

El sistema táctico del conjunto celeste ya ha dado prácticamente todas las vueltas de tuerca que podía dar. Se podrían probar más variantes, pero cambiar el sistema tampoco es la panacea universal. El rendimiento de Hugo Mallo y Roberto Lago no es el mejor. Y eso no hay sistema que lo cambie. Al igual que la actuación de Insa, que esta temporada está yendo de más a menos, o de Bustos. Hay ocasiones en las que el único problema es la mentalidad del equipo. El Celta necesita encadenar cuanto antes una importante racha de victorias. Parece una obviedad, pero ganar lo cura todo. Estoy convencido de que en cuanto el cuadro vigués encadene tres o cuatro partidos seguidos ganando, la historia cambiará. David Rodríguez dejará de fallar manos a mano, Mallo y Lago volverán a ser esos laterales seguros en defensa e incipientes en ataque y tanto Bustos como Insa dejarán de tener esos problemas para sacar el esférico. Tan solo necesitan liberarse de la presión del ascenso, que hasta no hace mucho estuvo a punto de mandarnos a Segunda B. Quizás las declaraciones de Carlos Mouriño sobre los objetivos del equipo han contribuído a esto, pero hay que conseguir ir partido a partido. Porque ni antes éramos tan buenos ni ahora somos tan malos.

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