En el sentido más matemático del término, podemos definir el punto de inflexión como aquel punto en el que los valores x de una función continua pasan de un tipo de concavidad a otro; es decir, aquel lugar o momento donde la función cambia su sentido, donde evoluciona de ser cóncava a ser convexa, o viceversa.
Análogamente, el concepto de punto de inflexión es una recurrente metáfora en diversos ámbitos de la vida cotidiana. Sumamente repetido por economistas o políticos, su significado tampoco escapa al deporte y, por extensión, al fútbol. Regularmente, acostumbramos a escuchar en los distintos medios, hablar acerca de puntos de inflexión en lo que al rendimiento de los equipos se refiere. Este término hace hincapié a ese momento en el que la trayectoria del grupo sufre una modificación, ya sea para mejor o para peor; ese instante en que la oscuridad torna en luz o en el que lo luminoso se convierte en penumbra.
La temporada realizada por el Real Club Celta el curso pasado presenta dos caras o etapas claramente diferenciadas en las que apreciamos una imagen absolutamente antagónica de un mismo grupo de jugadores y técnicos. Ese elemento diferenciador, ese ente que los separa, no es más que un punto de inflexión. La ubicación tanto espacial como temporal del mismo es de sobra conocida por todos: inicios del mes de marzo de 2011, Celta-Huesca en Balaídos.
Los que abandonamos las gradas de Balaídos esa noche de jueves lo hacíamos tristes por la primera derrota del equipo en meses, pero confiados en que retomaría pronto la senda del triunfo y confirmaría un ascenso que tenía en la mano. Ninguno, ni uno sólo de los que aquella noche acudió al feudo celeste o que, simplemente, presenció el duelo por televisión, se podía imaginar lo que sucedería a continuación. Sin explicación alguna aparente, el Celta inició una profunda crisis de juego y resultados que dio al traste con las posibilidades de ascenso directo y empujó al equipo hacia una promoción a cara o cruz que, como todos sabemos, salió cruz. Ese partido, un choque en el que los celestes desperdiciaron mil y una oportunidades para batir la puerta del a la postre Zamora Andrés Fernández, significó la primera de muchas desilusiones para una parroquia céltica que ya veía cerca el sueño que tanto tiempo llevaba persiguiendo.
Ese día, el “efecto Herrera” se diluyó. Los rivales encontraron la tecla, la manera de meterle mano a lo que hasta ese momento parecía un equipo invencible. Esa noche terminó la solidez en Balaídos, un estadio que sólo había presenciado una derrota del equipo en toda la temporada (en la jornada inaugural frente al Barcelona B) y que a partir de ese instante sólo volvería a ver dos victorias más de los vigueses (frente al Cartagena en el intrascedente último duelo y ante al Granada en la ida del play-off). Sin ninguna duda, ese día fue el principio del fin para el Celta.
Siete meses y muchas desilusiones después, el Celta continúa en Segunda División a la espera de recibir, el próximo sábado a las 18:00, a la S.D. Huesca. Un rival maldito, si nos ceñimos a las estadísticas, y al que los celestes nunca han conseguido vencer en Balaídos en las tres ocasiones en las que se han enfrentado en los últimos años. Además, la visita de los oscenses llega en un momento de profundas dudas en torno al equipo vigués. El Celta no termina de arrancar, los resultados no llegan y el juego es bastante pobre en general, ciertos jugadores no están ofreciendo su mejor rendimiento y el hasta ahora intocable Paco Herrera empieza a recibir las primeras críticas. La situación no es horrible, pero sí un tanto preocupante si tenemos en cuenta que el objetivo del Celta es estar el año que viene en Primera División.
Pues bien, los vigueses están ante la situación perfecta para revertir la situación. Si el año pasado la visita de los azulgranas supuso el comienzo de la debacle, este año puede significar el inicio del despegue. Una victoria, al margen de la importancia de los tres puntos para no descolgarnos de los puestos de arriba, serviría para inyectar una buena dosis de moral a una plantilla a la que no terminan de salirle las cosas, así como para reconciliarla con una afición que ve como, domingo tras domingo, sus jugadores no rentabilizan el precio de su abono o entrada. Urge ganar y urge también hacerlo en Balaídos. El Huesca es una buena oportunidad para lograrlo, una buena oportunidad para revertir la situación, una buena oportunidad para invertir el punto de inflexión.
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