El ave fénix es un ave mitológica del tamaño de un águila, de plumaje rojo, anaranjado y amarillo incandescente, de fuerte pico y garras. Muere consumida por el Sol, convertida en cenizas de las que renace, después de arder su cuerpo, como un pequeño animal sin miembros, un gusano muy blanco que crece y se aloja dentro de un huevo redondo, como si fuera una oruga que se vuelve mariposa, hasta que dejando de ser implume se transforma en un águila celeste que surca el firmamento estrellado.
Bajo el sol de Liverpool, Borja Oubiña fue convertido en ceniza sobre el césped de Anfield Road. Cumplía su primera temporada lejos de casa, iniciando su aventura por Inglaterra, pero todo se torció muy pronto. Su rodilla no resistió la embestida de Dirk Kuyt y se partió a la mitad. Por delante quedaban casi cuatro años de recuperación para la perla de la cantera celeste, el cual había llegado a ser convocado por una selección española que, justo un verano después, se convertía en campeona de Europa. Todas sus expectativas de futuro se habían ido al garete a las primeras de cambio y el túnel parecía lo suficientemente largo como para no encontrar la luz.
Borja no se rindió. Tras la operación se convirtió en un habitual del gimnasio, donde realizaba largas jornadas de recuperación para fortalecer la rodilla dañada. La temporada se había escapado, pero el centrocampista pensaba ya en el curso próximo, en las futuras Navidades, donde volvería a vestir la elástica celeste. Los plazos se cumplieron y Oubiña regresó temporalmente a los terrenos de juego a las órdenes de Pepe Murcia. Sin embargo, su menisco se resintió, por lo que tuvo que volver a parar y pasar de nuevo por el quirófano. Todo volvía a empezar.
Esta vez sí que parecía la estocada definitiva. Adiós de nuevo a la campaña y, ahora, el plazo para retornar aún estaba más lejano en el tiempo. La tercera temporada tras el descenso, el futbolista vigués la vio íntegramente desde la grada y los entrenamientos desde el gimnasio. Aunque seguía formando parte del equipo, cada vez estaba más fuera de él. Aquello no era vida para un futbolista.
Pero, siguió sin rendirse, y, ésta última temporada, en el partido de la segunda vuelta en Balaídos frente al Villarreal B, volvió a verse al 4 celeste sobre el césped. Su participación se reduciría a los dos siguientes partidos, más por necesidades del equipo, ante la ausencia de efectivos, que por otra cosa. Pero Oubiña volvió, seguía ahí.
Este curso futbolístico que empieza debe ser el de su confirmación. Parece cuanto menos raro hablar de confirmación en un futbolista que ha sido pieza indiscutible en el once del Celta durante tres años, uno en la categoría de plata y otros dos en Primera División; un jugador que durante ese trienio fue el auténtico pulmón del equipo celtiña, cuajando actuaciones muy destacadas que lo llevaron a despertar el interés de grandes clubes como el Real Madrid o a debutar con la selección absoluta.
Pero es que la lesión ha instalado en Oubiña la duda de la inactividad, la etiqueta de “jugador acabado”, y eso es algo que sólo él puede romper. Y debe hacerlo volviendo a ser el que era, volviendo a ser ese todoterreno que hacía del mediocampo su hábitat natural, ese pulpo que con sus tentáculos cortaba todo balón que pasaba por su radio de acción. Tiene que ser el ave fénix que renazca de sus cenizas; sólo así volverá a ser el águila celeste que surque el firmamento estrellado.

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