La eterna dependencia de un jugador eterno


Foto: Juan Manuel Serrano Arce / Getty Images

A Iago Aspas no lo vamos a descubrir ahora, y sin embargo jamás deja de sorprendernos. Después del final de la pasada temporada, con sus problemas en la espalda que le impidieron rendir a su mejor nivel, y tras una pretemporada normal tirando a discreta, no fueron pocos los que empezaron a pensar que el ocaso del mejor jugador de la historia del Celta estaba llegando. 

Si alguien pensaba eso debería ver el partido de ayer, porque su final está muy lejano todavía. Y es cierto que nos quedan muchas menos tardes de gloria que vivir con Aspas de las que ya hemos vivido, pero hay que disfrutar cada una de ellas, más si como en el caso de ayer acaba ayudando al equipo a sacar algo positivo como ese empate en el descuento que contó con la necesaria colaboración del crack moañés. 

No es de extrañar que Aspas sufra de la espalda, porque lleva años echándose el equipo ahí, como única solución para evitar la deriva de una plantilla que cada año que pasa da la sensación de ser más justa. No tenemos derecho a pedirle que vuelva a tirar del carro un año más, pero tras la venta de Gabri Veiga, que parecía ser su sucesor, no le va a quedar más remedio que cargar sobre su maltrecha espalda la responsabilidad de la permanencia, único objetivo que ahora mismo se vislumbra en el horizonte. 

Pasan los años y el Celta sigue dependiendo de Aspas. Ayer volvió a evidenciarse desde el primer momento, mejorando cada balón que pasaba por sus pies, bajando a recibir cuando tocaba y acercándose al área cuando era el momento. Como comentó Benítez al final del choque, con el símil de la manta, si nos cubrimos la cabeza nos destapamos los pies. Es esa la triste realidad de un equipo que sigue dependiendo del infinito talento de Iago Aspas. ¿Infinito?. Ojalá lo sea. 

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