Afouteza tucumana


Cuando el Celta fichó a Pablo Hernández, hace ahora cuatro años, pocos conocían al internacional chileno. La única referencia que teníamos es que se trataba de una petición expresa de Eduardo Berizzo, que quería iniciar su primera aventura en Europa de la mano de un futbolista que había sido titular indiscutible con él en O’Higgins, y una de las claves de que aquel modesto equipo chileno conquistase la liga y la Copa. 

Ese hecho le pesó en cierta medida. Ser el “recomendado” del nuevo jefe dificulta a veces las cosas, especialmente cuando estas no salen. Y al Tucu, Europa le pasó factura en su primer año. El ritmo de juego parecía estar por encima de él. Recibía el balón y cuando procesaba la siguiente acción ya tenía a dos rivales encima. Le costó, y no contó con el apoyo del público. Más bien al contrario. 

En el mundo del fútbol vemos muchas veces estas cosas. Da la sensación de que se busca un blanco fácil sobre el que descargar nuestra ira. Pablo Hernández cumplió esa función aquella temporada, pero su caso fue tan extraordinario que incluso el club tuvo que salir a su ayuda, publicando una nota en la que pedía respeto por los jugadores del Celta. 

En estas circunstancias, un futbolista podría tener la tentación de dejarse ir, cumplir su contrato sin más. Pero fue entonces cuando aprendimos que el Tucu no era así. Prometió cambiar la opinión de la gente, darle la vuelta a la tortilla y lo hizo. Vaya si lo hizo. De aquella pitada descomunal ante la Unión Deportiva Las Palmas, a aquel golazo salvador en Anoeta pasaron menos de dos meses. Tiempo suficiente para que el villano se convirtiese en  héroe, para que el vilipendiado fuese admirado. 

Y a partir de ese momento todo fue hacia arriba. El equipo se clasificó para Europa, en gran medida por su aportación, y a partir de aquí la historia ya es de sobra conocida hasta esta salida rumbo a Independiente de Avellaneda tras cuatro años en Vigo. A Pablo Hernández se le recordará durante muchos años, y con mucho cariño. Un futbolista humilde, trabajador fuera y dentro del terreno de juego, con una inmensa clase y mucha afouteza, porque no es necesario nacer en Vigo para que, como diría Yoda, la afouteza muy poderosa en él ser. 

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