No era un partido cualquiera


Foto: David Ramos/Getty Images
Bastaba con pasearse por los alrededores del Estadio Municipal de Balaídos para darse cuenta de que no estábamos ante un partido cualquiera. Nada tuvo que ver con cualquier otra cosa que se pudo vivir en los últimos años. Dos horas antes de comenzar el partido, los aledaños del estadio eran un hervidero. 

Los bares del entorno de Balaídos hicieron su agosto. La cerveza corría sin parar, y el ambiente crecía de forma desproporcionada. No solo la sala de prensa se quedó pequeña, incluso la explanada del estadio, los alrededores no daban abasto a la marea de gente que por allí pasaba. Porque en el exterior del recinto había más gente de la que entraría al partido. 

El fútbol vivió ayer su fiesta particular. Aquella en la que no solo lo que pasa sobre el césped es importante, sino que también hay muchas otras cosas que entran en juego. Desde luego, el de ayer no era un partido cualquiera. Eso lo veía cualquiera, porque además el celtismo se ha tomado esta eliminatoria como una fiesta, y tal era el ambiente que se respiraba ayer en Balaídos. Era una fiesta a la que estábamos todos invitados. Queda el banquete de Old Trafford, ahí no estaremos todos, pero la promesa de una nueva fiesta es una motivación. 

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