"El valor de la perspectiva", por Víctor Nietzsche


Foto: Benito Ordoñez
Tenéis a vuestra disposición el correo de moiceleste (info@moiceleste.com) para poneros en contacto con nosotros para lo que queráis, y también para enviarnos vuestros textos si deseáis que sean publicados. Víctor lo ha hecho, y nos envía este interesante relato que reproducimos a continuación. 

"No importa si no obtienen títulos. A veces es importante cómo suceden las cosas, aunque no sucedan."
Esta hermosa cita fue dedicada por un periodista de El País a nuestro Celta después de la goleada infligida al Barcelona. Me sobran dedos de una mano para contabilizar las ocasiones en las que suscribo todas y cada una de las palabras de un reportero -siento un enorme desprecio por esta profesión, ya que en su mayoría son lacayos del poder dominante-.

Hoy escuché a un celtista afirmar que en caso hipotético de no ganar la Copa del Rey, "no habrá valido de nada la victoria contra el Atlético". A mi juicio, trátase de una filosofía tremendamente perjudicial.
Este tipo de aficionados son los que anhelan los títulos con actitud obsesiva y perniciosa, que no ambiciosa e ilusionante.
Quisiera recomendar al celtismo que disfrute con pasión de las victorias que el Celta nos ofrenda hoy -y en tiempos pasados-. Este tipo de agoreros adoptan los partidos como un medio para alcanzar un fin - los títulos-, en cambio yo prefiero proyectarlos y sentirlos como un fin en sí mismos.
Si me permiten la analogía militar, jamás hemos logrado una victoria en una guerra, pero sí en multitud de batallas; ¿acaso ello carece de valor?
Y lo logramos erigiendo un canto a la belleza, desplegando un juego que es y fue admirado por todo el universo futbolístico. Innumerables fueron los que pasaron a la historia por caer románticamente, con el cuchillo entre los dientes y el pecho desnudo, defendiendo un ideal que irremediablemente los condujo al abismo.

Aquel 4-0 a la Juventus de Zidane que lideraba la Serie A con menos de una decena de goles encajados, las conquistas de Anfield y en Villa Park, la escandalosa goleada (7-0) a un poderoso Benfica, las tradicionales humillaciones a Madrid y Barcelona, esas jornadas ligueras en los que logramos la permanencia en el último suspiro o aquellas conmovedoras tardes de ascenso. ¿No fuimos bendecidos por los dioses?
Y no olvidamos esos maravillosos detalles que refuerzan nuestro celtismo como repudiar a hombres indeseables como Salva Ballesta, convertirnos en el único equipo profesional español en secundar la huelga de trabajadores -gesto simbólico, lo sé- o el gozo de ascender con un once plagado de canteranos. ¿Acaso no fuimos inmensamente felices entonces?
Incluso guardo imborrables recuerdos de la funesta final de Sevilla. La derrota no me arrebatará el ilusionante viaje en autocar o el júbilo que sentí al recorrer una ciudad engalonada con banderas celestes. ¿Cómo olvidar aquellas gradas teñidas por un celeste tan vivo que se confundían con los cielos?

Si alguien inventase un "medidor de felicidad" todas estas gestas alcanzarían un pico estadístico altísimo. Y no fueron necesarios títulos para ello.
¿Mis palabras son un elogio a la carencia de ambición? ¡Maldita sea, no! ¿Mis palabras esconden la intención de apaciguar la ilusión por alzar una copa? ¡Maldita sea, no! ¿Mis palabras sugieren que nuestras tardes de gloria reemplazan a la consecución de éxitos tangibles? ¡Maldita sea, no!
Yo maldigo a los débiles, timoratos y pusilánimes.

Únicamente quisiera que el celtismo apreciase que el camino desprende tanta belleza como el destino. El viajero de tren admira la magnificencia del paisaje mientras su recorrido avanza.
Alguien dijo una vez que la vida es aquello que pasa mientras esperamos momentos que nunca llegan. No podría estar más de acuerdo. Aquellos que sienten angustia debido a la carencia de metales en nuestras vitrinas son los mismos que condicionan la felicidad de su vida al logro de una determinada meta profesional o personal. Establezcamos compartimentos estancos para nuestros sentimientos celtistas; en un cofre guardaremos cual tesoro la felicidad de esas pequeñas victorias que nos ha brindado nuestro amado club. En otro rincón, almacenaremos toda la desbordante ilusión e imparable afán que nos impulsarán para coronarnos campeones por primera vez en nuestra historia.

Hemos vencido a un poderoso equipo como el Atlético de Madrid, con las ausencias de dos pilares, logrando tres goles a una escuadra que tan sólo había recibido ocho en toda la temporada. Y hemos firmado esta obra de arte en su propio estadio. Han acabado desquiciados, derrumbados y superados por un Celta descomunal que aplastó a uno de los mejores clubes del mundo ¡Disfrutad de este momento!

Concluyendo este alegato a la sensatez, quisiera ensalzar la importancia de emplear correctamente las eventualidades. Las limitaciones del equipo humilde, el modesto presupuesto o la ausencia de nuestros mejores futbolistas deben ser utilizados como motivación. Es parte del combustible que nos propulsa. En ningún caso será aplicado como coartada y excusa si somos derrotados.
Si se presentase ese escenario, felicitaremos a nuestro oponente sin buscar refugio en el amparo de las justificaciones banales. Y regresaremos más fuertes, más sabios y más esperanzados para la siguiente ocasión. Y no dudéis que, más temprano que tarde, derribaremos a patadas ese muro que se opone entre la gloria y nuestro amado Celta.

No podemos escoger las circunstancias que nos ofrece la vida, pero sí el modo en el que las afrontamos. Algunos se estrangulan con la soga de la nostalgia, hasta el punto de transformar los emotivos recuerdos en una nociva y envenenada remembranza. Y terminarán por desear que esas reminiscencias del pasado que tanta alegría les proporcionó jamás hubiesen ocurrido para no recordar que sufrimos un amargo desenlace.
¿Si una relación amorosa no desemboca en boda realmente es un fracaso? Es posible, pero yo prefiero guardar en mi corazón todas esas tardes en las que reinó  el romanticismo y no concentrar mi atención en el infausto final.
Para aquellos a los que la existencia les niega un triunfo de laurel tendrán que conformarse con esos pequeños momentos que componen la vida y propician que ésta valga la pena. Filosofía aplicable al entorno futbolístico.

Os ruego que no malinterpretéis el sentido de mis palabras, deseo desde el fondo de mi corazón que el Celta se proclame campeón. Toda nuestra ilusión, recalco una vez más, está volcada en ello. Y si fallamos, lloraremos. Y nos cubrirá una espesa neblina de pesar y desilusión. Sin embargo, creedme cuando os digo que los nubarrones desaparecerán y, sin duda, amanecerá el día donde el Sol brillará en el horizonte celtista. El fútbol nos debe un título -probablemente más- y hemos venido a cobrarnos la deuda.

Mis palabras están lejos de ser una tentativa de elevar el fracaso a la categoría de arte. Es un homenaje a un sentimiento que únicamente nosotros podemos comprender.
Celtistas, paladead las proezas de este brillante equipo sin que ello aflija lo más mínimo esa tremenda ilusión, ambición y esperanza de convertirnos en reyes por un día.


¡Hala Celta!

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