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EFE |
La vida no suele ser fácil para el Celta. Rara vez regala el conjunto celeste un encuentro tranquilo para el disfrute y la relajación de su hinchada. Muy de cuando en cuando se da algún capricho, sin caer en la ostentación, para dar descanso a algún que otro marcapasos. Nada cotidiano. Estos aparatitos acostumbran a funcionar a pleno rendimiento en Balaídos y a domicilio. Todo partido casi siempre esconde obstáculos, trampas que sortear para, según le parezca a la pelotita, sonreír o llorar con el pitido final. No hace falta complicarse. Alguien debería comentarlo en el vestuario.
El error de Jonny, el tercero del de Matamá y el enésimo en las últimas semanas, complicó un duelo que sin estar decidido había cogido color celeste. Rápidamente se tiñó de verdiblanco y amenazó con convertir una victoria revitalizadora en derrota dolorosa. Debe el Celta sentarse a hablar en profundidad sobre el tema de los fallos individuales. Una sucesión tan numerosa y consecutiva de errores singulares exige un ejercicio de concienciación colectivo. Hay que dejar de pegarse tiros en el pie, de fustigarse innecesariamente. Jonny, Sergio y Jonny, Sergio, Cabral y otra vez Jonny. En esta ocasión costaron dos puntos y sus consecuencias perdurarán una semana más. La defensa más pobre en efectivos de la liga, mermada ya por dos lesiones que la han dejado en cuadro, perderá a un tercer hombre el próximo sábado. Fácil decirlo ahora, pero quizás hubiera compensado el gol en contra a cambio de 45+90 minutos del canterano más brillante.
Antes de eso no sufría el Celta. Tampoco mandaba. Propuso un intercambio de golpes con el mediocampo como área de paso. Por momentos incluso claudicó la posesión en favor del Betis. Berizzo optó por el vértigo en lugar del equilibrio. Probablemente porque observe menor riesgo en ello que en apostar por un jovenzuelo. Le cuesta un mundo mirar hacia abajo aún cuando las circunstancias guían a la vista hacia A Madroa. Sin Pablo Hernández y con Wass muy lejos de aquel que agradó en agosto y septiembre, debía ser el día de Borja Fernández. Hasta por una simple cuestión de centímetros para el juego aéreo, asunto cuya importancia acostumbra a recordar el Toto, todo apuntaba hacia el vigués. No fue así. Prefirió a un danés apagado y a Orellana más lejos del área. Alineación valiente, se escuchaba en los minutos previos. Y es verdad. Pero la valentía es una virtud que puede llegar a esconder dosis de cobardía.
Sin embargo, para la historia quedará que Berizzo hizo debutar a un canterano anoche. Fue, eso sí, cuando no le quedaba otra. Era eso o poner a Augusto de central. Diego Alende, un juvenil nacido en 1997, año en el que el Betis y Bjelica arrebataron una final de Copa al Celta, se arrimó a la experiencia de Cabral para ser parte activa de la resistencia. Sobrevivió con el equipo a un asedio infinito que el regreso de un buen Sergio sostuvo, y que sólo Orellana supo relajar por momentos. El chileno aportó las únicas dosis de oxígeno para un equipo que vivía en su área tratando de resguardar la victoria. Aspas no encontró los espacios que le sobraban en el primer tiempo y Nolito sólo estuvo para regalar el gol a Bongonda. Otra vez decisivo, pero otra vez apagado. No está bien y suyo debió ser el primer cambio y no el último. La penitencia le tocó al joven belga, quien en la última semana ha asomado la cabeza para decir "aquí estoy y sé jugar a esto". No ha sido el único.
Al final, el sabor del fin de semana no puede ser amargo. Las malas sensaciones no terminan de despegarse, pero los puntos tampoco. Los baches, mejor con victorias o empates que son como tal. Si el objetivo es Europa, los rivales han sumado lo mismo o menos. Si es la permanencia, 25 puntos dan para reírse de cualquier crisis. Además, parece que el banquillo ha llamado a la puerta y que A Madroa ha recordado que siempre está ahí para uso y disfrute del consumidor. Toca pensar en el Espanyol y concienciarse que todavía no es Navidad.
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