La Otra Crónica: volviendo a la realidad


Foto: Ander Guillenea
Tras la gloria del último miércoles, hubo el Celta de bajar a la Tierra para disputar un partido de verdad. Uno de esos encuentros de barro, patadas e impotencia que tantas y tantas veces se cruzaron en nuestro camino. Sabíamos que así sería, ya que no es el Eibar esta temporada una cenicienta como sí pudo serlo la temporada anterior. El equipo vasco se ha reforzado muy bien y, para colmo, está entrenado con ímpetu y coherencia por José Luis Mendilibar.

La mala pata hizo que John Guidetti, al que todos esperábamos con ansia como titular, fuese baja cuando ya se anunciaban los once. En su lugar entró el joven Théo Bongonda y lo cierto es que sus minutos no fueron ni mucho menos desaprovechados. El bueno de Théo marró, eso sí, la ocasión más clara de la primera parte tras gran galopada y jugada personal. El veterano Riesgo se la paró bien abajo.

Pero antes de eso entró el Celta con mal pie en el partido. Es el Eibar un equipo que te exige, que a través de la presión adelantada e intensa hace todavía más pequeño su ya de por sí pequeño terreno de juego. En esas lides este Celta se ve incómodo. Sin campo para correr, sin jugadas continuadas, sin poder tocar para romper líneas…Poco se puede hacer con un rival así.

Para colmo, un despiste de toda la zaga a la salida de un córner y de Jonny en concreto al segundo palo provocó el gol de Borja Bastón. Apenas dos minutos de juego y los locales estaban donde soñaban. Quiso remar a partir de ahí el equipo vigués, pero apenas pudo. El Eibar fue claramente superior en el primer tiempo, imponiendo su juego y llevando peligro por ambos costados. Las ocasiones de las que dispuso el Celta, incluyendo la ya mencionada de Bongonda, fueron más por error de los eibarreses que por acierto en la triangulación de los pupilos de Berizzo. Incluso la posesión fue favorable a los vascos en esa desastrosa primera mitad.

Así que el Toto, al descanso, tuvo que mover piezas. La ausencia de un delantero natural al tener que dar descanso a Iago Aspas fue una de las losas de los primeros 45 minutos. Dicho y hecho: el moarés sustituyó a un Tucu Hernández que no estuvo mal, pero acusó jugar tan adelantado y con Orellana (¿?) por delante. A partir de entonces el equipo cambió. Orellana participó más, Nolito apareció y Aspas mató. Cuando Daniel Wass entró por Radoja en el minuto 60 más todavía. Ahí sí que jugó el Celta. Sin nada que perder, con un Eibar cansado y encerrado, los celestes fueron a por todas y triangularon. Lo que faltó fue el último pase, el espacio mágico, la espalda de la defensa.

Y, sorprendentemente, ese espacio necesitado lo encontró Dejan Drazic cuando apenas llevaba un par de segundos en el campo. En una baldosa hizo un caño (juzguen si voluntario o no) y trianguló con Jonny. El de Matamá galopó hasta línea de fondo y puso un centro precioso que remachó Aspas. Se hacía justicia o, al menos, se desperezaba el Celta.


Fue quizá demasiado tarde y aunque los visitantes siguieron intentándolo, el tiempo era escaso y la seriedad del rival muy alta. Quizá demasiado cansados por el titánico esfuerzo del miércoles pasado, el partido fue muriendo poco a poco y hubo que dar por bueno (buenísimo) el punto cosechado. El equipo sigue sin perder y en una semana que se presumía fatídica se han sacado 7 de 9 puntos con dos partidos fuera de casa. ¿Qué más se puede pedir? La realidad es Eibar, no el sueño de ganarle 4-1 al Barcelona.

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