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Foto: Juan Herrero |
No era tan fortín
Ipurúa como muchos (me incluyo) se presumían al principio de la
temporada. Resultó para el Celta, en la noche de ayer, realtivamente
fácil hacerse con los tres puntos incluso a pesar de la presencia de
Velasco Carballo que, todo sea dicho, realizó un arbitraje correcto
en un partido que no revistió casi ninguna polémica. El grosero
piscinazo de Larrivey, que en un principio se comió el trencilla,
fue la antesala de un penalti que sí cometió Dídac Vila a un Santi
Mina que poca huella, a parte de esa acción, dejó en el partido.
Lo cierto es que
el Eibar es un equipo que hace honor a su humildad. Su falta de
calidad es suplida con rigor táctico y una presión alta con la
intención de empequeñecer (todavía más) el terreno de juego. Pero
cuando después de eso no hay nada que echarse a la boca, lo lógico
es que un equipo de este estilo lo pase francamente mal. Milagroso es
lo que consiguió en la primera vuelta Gaizka Garitano con una
plantilla tan justa de efectivos y talento. Y milagroso fue que el
Celta, sabiéndose superior y dominando el partido a través del
balón, no se fuese de tierras vascas con un saco de goles en su
casillero.
Tan solo Nolito,
en el mencionado penalti casi al finalizar el primer tiempo, pudo
batir a Irureta en los noventa minutos de encuentro. Las tuvieron
Hugo Mallo, Larrivey, el propio Mina, Orellana e incluso el propio
Nolito en multitud de ocasiones comandadas, casi todas ellas, por los
maravillosos pases de un Michael Krohn-Dehli que se retiró aplaudido
por la afición eibarresa. Con todo, pudo empatar el Eibar a base de
empuje: Manu Del Moral, quien ya anotase en el fatídico partido de
ida, lanzó un golpeo lejano directamente al larguero cuando ya
restaban pocos minutos e inmediatamente después de que los del Toto
Berizzo marrasen unas cuantas ocasiones.
Cierto es que hubo
muchos errores de bulto en este partido, la mayoría protagonizados
en la salida de balón por la pareja de centrales Cabral-Fontás,
pero la ausencia de calidad en los metros finales de los vascos
propició la falta de penalización para la portería de un tranquilo
Sergio Álvarez. Lo demás supo más a trámite que otra cosa.
Augusto dominó, sin alardes, el medio del campo; Krohn-Dehli
deslumbró con sus pases y los Nolito, Larrivey y Orellana estuvieron
peleones pero fallones. Menos historia hubo cuando Berizzo, con buen
criterio, retiró a Mina para que entrase Pablo Hernández pasando el
poeta Fabián a la banda derecha. Krohn-Dehli, sorprendentemente,
ocupó esa parcela del media punta y el Celta fue amo y señor.
Fueron buenos
minutos para los vigueses, dominando a través del balón en un campo
pequeño y cerrando todas las puertas a un posible desastre. Faltó
matar el partido, si duda, pero ante la exigente recta final que se
presenta y con las opciones de alcanzar Europa todavía en el
horizonte; está bien que los pupilos del técnico argentino no se
desgasten en exceso y guarden fuerzas para la exigente semana que
viene a continuación. Incluyendo, sobre todo, el ilusionante partido
del próximo domingo ante un mermado Real Madrid. ¿Podremos repetir
la hazaña del pasado curso? Ganas, ilusión y coraje no faltarán.
La pizca de suerte y el camino directo a Europa han de combinarse
para que tan ansiada ilusión fructifique. Por lo pronto, seguiremos
un año más en Primera División, lo cual no es poco.
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