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Foto: Alex Caparrós |
En una noche que
tardará en olvidarse, de aquellas que hacen recordar al mejor
Eurocelta, aquel mata-gigantes que le pintaba la cara a los grandes
del viejo continente; el Celta hizo todo bien. Y, como en tantas
otras ocasiones, hubo de irse de vacío merced a una jugada puntual
con gol del más inesperado de los jugadores rivales.
Y digo que el
Celta lo hizo todo bien porque consiguió las siguientes cosas ante
un Barcelona que, recordemos, es el líder de la Liga y se ha gastado
tropecientos millones en dos o tres jugadores de talla mundial:
competir la posesión de la pelota, forzar pelotazos largos sin
sentido de un jugador como Andrés Iniesta y alejar al máximo a
Messi del área hasta prácticamente desdibujarlo. Y no solo eso
consiguieron los pupilos de un Toto Berizzo que hizo olvidar por
momentos a su predecesor, sin argumentos futbolísticos en la noche
de ayer ante el aluvión celeste. Solamente el comodín Xavi
Hernández salvó a Luis Enrique, nuestro Lucho, de un resultado
negativo.
Formaron de inicio
los mismos de los últimos tiempos con el plus de un Pablo Hernández
que comienza a adaptarse al ritmo de nuestro campeonato y a mostrar
que el 'Tucu' es más que un jugador trotón con calidad. Gran
trabajo del argentino-chileno en la presión robando un considerable
número de balones y, por consiguiente, dándole un aire extra al
equipo cuando este lo necesitaba. Quedó demostrado, también, que
incluso ante un rival de gran entidad como el Barcelona el Celta
puede formar en la sala de máquinas con dos jugadores a priori
ofensivos, Augusto Fernández y Michael Krohn-Dehli. Y, con todo,
ganar en muchas fases del encuentro un medio del campo que ya se
presumía catalán antes de empezar.
Si bien el danés,
quizá acusado por el virus FIFA, no estuvo para nada acertado y hubo
de ser retirado del terreno de juego merced al gran desgaste físico
realizado; el gran Augusto, capitán y corazón, se multiplicó y
sostuvo al Celta en todas las facetas del juego. Desde la destrucción
hasta la salida de la pelota, Augusto '¡qué gusto!' fue el
equilibrio de los vigueses tapando a todo barcelonista que pasaba por
las parcelas que le tocó habitar. Incluso Messi, compañero de
selección, hubo de sucumbir a las acometidas del Negro Fernández.
¿Qué le faltó
entonces al Celta? Quizá puntería o quizá más presencia en el
área rival. Quizá más aplomo de un jugador actualmente nervioso y
desquiciado como Fabián Orellana. Acabó expulsado el internacional
chileno al caer en la trampa de Busquets, viejo zorro, y lanzarle
césped (¿?) a la cara. El otro protagonista del encuentro, Vicandi
Garrido, iba vestido de negro. Quién sabe si hubiese expulsado a
Messi o a Neymar por la misma acción. O si hubiese pitado penalti si
en vez de Nolito o Pablo Hernández en el área hubiesen caído
Iniesta o Rakitic. Nunca lo sabremos, pero la certeza de siempre
revolotea en nuestras cabezas: el doble rasero, el clasismo a la hora
de tratar a unos y a otros, es el verdadero problema del arbitraje
español.
Mathieu, sin
tabaco de por medio, estiró el cuello al segundo palo y toda la
ilusión céltica se vino abajo. Poco antes la tuvo Charles, pero un
imperial Piqué cortó la acometida del delantero. Después del gol
no hubo mucho más. Los barcelonistas contemporizaron el encuentro y
perdieron tiempo con la pelota. Quién lo iba a decir hace no mucho,
el Barcelona pidiendo la hora ante el Celta, ese pequeño equipo de
provincias. Se van con los tres puntos, no cabe duda, pero el orgullo
y la ilusión no nos las pueden robar. Ni ellos, ni la prensa
catalana, ni siquiera la madrileña que nos utilizará para soltar
bilis. Ni tampoco los árbitros, ni los comités, ni todos aquellos
que ocuparon el templo vigués para celebrar por 'lo bajini' el
alivio culé.
Porque ser del
Celta, en las buenas y en las malas, es mucho más que todo eso
junto. Y merece la pena.
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