El Celta se hace mayor


JOSÉ LORES

Decía Joaquín Caparrós que enfrentarse al Real Madrid o Barcelona es como hacer una visita al dentista. Sabes que vas a sufrir, que lo vas a pasar mal, pero debes pasar por ello. El Celta no lo ha entendido así durante esta temporada. Sus duelos ante los grandes de la Liga, en los que podemos incluir al Atlético de Madrid e incluso al Valencia, han sido más un dolor de muelas para el rival que para ellos mismos. En todos ellos, también en el 3-0 del Bernabeu, ha llevado a su rival hacia el límite, obligándolo a recurrir al intangible de los pequeños detalles para derrocarlo e incluso robándole puntos con los que contaban en un principio. Es innegable que el equipo de Berizzo ha dado un salto de calidad en ese sentido y ahora Balaídos se ha convertido, como antaño, en un estadio donde se conquistan o se pierden ligas. El Atlético se despidió en febrero mientras el Barça se acercó a ella anoche. En tres semanas el Real Madrid comprobará de nuevo lo que cuesta salir sonriente del coliseo de As Travesas. 

Ayer el Celta fue un equipo valiente e intenso que "voló", como diría Luis Enrique, hasta que las fuerzas aguantaron y Xavi irrumpió en el césped. Maniató durante más de una hora a un Barcelona espeso que fue incapaz de conectar con sus tres hombres de arriba. Mejoró incluso el partido de ida, donde Sergio tuvo mucho más trabajo. Mallo y Jonny desconectaron a Neymar y Messi, Cabral y Fontás desquiciaron a Suárez, y Augusto no dejó pensar a Iniesta. El líder no pareció tal ante un Celta que rondó con peligro la portería de Bravo, sustentado una vez más en el arte de Nolito, quien aprovechó las debilidades de un decadente Dani Alves. Piqué y Mathieu se encargaron de sujetar a un Barça que no estuvo cómodo en ningún momento. 

La superioridad duró lo que tardó Xavi Hernández en saltar al campo. El genial mediocentro culé pasó a gobernar el partido y obligó a un fatigado Celta a dar un paso atrás. La valiente propuesta de Berizzo, quien prescindió de Radoja y apostó por un Tucu Hernández que por fin dio el nivel esperado, terminó pasando factura en modo de cansancio. El gol llegó a balón parado. Salió de los pies del de Terrasa y acabó en la testa de Mathieu. Ni Fontás ni Sergio estuvieron del todo acertados. Justo un minuto antes, Piqué negó a Charles un disparo a bocajarro sobre Bravo. Detalles.

Para el final quedaría la absurda expulsión de Orellana, la cual merece un comentario aparte. Cierto que Bikandi Garrido resultó desesperante desde el pitido inicial. Si bien no erró en las jugadas de resumen, su arbitraje castigó una y otra vez la intensidad celeste. Cada roce, cada mínimo contacto, se convertía en una interrupción en favor de la causa blaugrana. Ahora bien, el lógico cabreo no justifica la irracional respuesta de Orellana. La conducta del chileno a lo largo de toda la campaña merece un toque de atención. No es de recibo que un futbolista de su corte se encuentre entre los más amonestados de la competición. Ya se ha perdido dos partidos esta temporada por acumulación de cartulinas, la mayoría por incontinencia verbal, y a nadie la extrañaría que esta sanción exceda incluso los dos partidos. Deben hablar con él.

Superada la visita del líder es hora de regresar al siempre especial campo de Los Cármenes. Allí espera un Granada hundido tras la humillación del Bernabeu pero muy necesitado de puntos. Su actuación en Chamartín y la del Celta ante el Barcelona demuestran que no estamos hablando de equipos de la misma categoría. Los de Berizzo deberían dar un golpe en la mesa y regresar a Vigo con una victoria que ajuste una posición clasificatoria que sigue sin estar al nivel de su potencial. Y de paso, terminar de vengar aquella infausta noche de junio del 2011. Es lo que hay que exigirle al Celta. La prudencia es sana, pero no puede inducir al conformismo. El Celta se ha hecho mayor y es hora de que dé un salto hacia adelante. 

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