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Foto: Lalo R. Villar |
La afición es uno de los activos más importantes que posee un equipo. Aquellos que consigan fidelidad y compañerismo, tendrán ganados un buen puñado de puntos a lo largo de la temporada. Decíamos en la previa que el primer gol debía marcarlo la afición, y lo cierto es que aunque costó que ese gol subiese al marcador, la salida en tromba del Celta, con la afición volcada empujando debió impresionar a los de Djukic.
Todo comenzó dos horas antes del partido, con un recibimiento a la altura de los mejores tiempos. Bengaleo, bufandeo y animación para recibir a un equipo que no había sido, seguramente, merecedor de tales agasajos por su trayectoria en los últimos meses. Pero aunque el celtismo no es un matrimonio, es necesario estar en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza.
El comienzo del partido fue prometedor y metió a la afición, ya predispuesta de antemano, en el partido. Animó sin descanso, coreó con devoción el fútbol de quilates practicado por los de Berizzo, y calmó el ansia por el primer gol desgastando sus cuerdas vocales. Al final llegó, y se convirtió en un éxtasis que no era más que el comienzo del sufrimiento. Y en ese duro trance, la afición cumplió. Supo sufrir y llevar al equipo en volandas en los peores momentos.
No hubo reproches. Se comprendió la ansiedad de los jugadores en los minutos finales. El equipo se echó atrás y había cierta tensión, pero no hubo silbidos, no hubo protestas, quejas ni lamentos. Se podría haber evitado algún silbido al "Tucu" mientras sea jugador nuestro, y habría que ver que sucedía si el resultado se hubiese vuelto desagradecido con el fútbol de los celestes, pero esta afición ha madurado lo suficiente como no darse por rendida. Ayer no solo ganamos tres puntos, ganamos un acercamiento entre la grada y el césped, mucho más de lo que cualquier reforma de Balaídos pueda lograr.
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