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Foto: Salvador Sas |
Bryan Singer dirigió en el año 1995 Sospechosos Habituales (The Usual Suspects), película que le valió
fama y le abrió las puertas de Hollywood. En ella un grupo de criminales se
proponían dar un golpe y los detectives de la policía tenían bien claro que lo
iban a hacer sin poder evitarlo. Eran los mismos tipos de siempre.
Ayer, en el lluvioso y viejo Balaídos, se dieron cita el
nuevo Celta y el nuevo Granada. Sin embargo, tanto el resultado como las
sensaciones en el terreno de juego, fueron las de la última etapa de ambos
equipos en la división de plata del fútbol español. Sobre todo por parte
andaluza, con el rácano Joaquín Caparrós en el banquillo visitante. Vino su
equipo a no jugar, con un trivote de mediocentros defensivos que anuló el juego
del Celta y unas líneas tan retrasadas que por momentos incluso sorprendía que
los delanteros tocasen algún balón.
Bien es cierto que el Toto Berizzo estuvo ayer algo espeso.
Ante la inoperancia ofensiva granadina (y por mucho que plantasen dos
delanteros arriba), quizá sobraba la presencia de Radoja al lado de los
centrales en situación defensiva. Las intenciones eran buenas, pero sabiendo
que dichos delanteros estaban más pendientes de juntarse al trivote caparrosista, el mediocentro serbio no
tenía necesidad alguna de retrasar tanto su posición y crear un espacio
demasiado grande entre la zaga y los hombres de arriba. Así que, en la primera
parte, se jugó a lo que el Granada quiso, es decir: a nada. Estaban fallones
Krohn-Dehli y Pablo Hernández, demasiado desasistidos en el medio y agotados por
su excelente trabajo defensivo. Y estaban demasiado lejos los Larrivey, Nolito
y Orellana aunque este último sí que se dejó ver con insistencia.
Habiendo fallado el Tucu Hernández la ocasión más clara del
encuentro tras pifia del primer sospechoso habitual, el guardameta Roberto,
llegó el entretiempo. Urgía cambiar algo, pero Berizzo decidió mantener a los
mismos once hasta el minuto 70 de partido. Sí que se estiró más el Celta en la
segunda parte, pero la ambición siempre implica un riesgo y un par de balones
perdidos bien pudieron costar el partido. El Granada se encontró con las ocasiones
tras varios fallos locales pero por suerte las desperdició y el plan del robo
perfecto no le salió a los andaluces.
Y eso que lo intentaron Roberto y Nyom con ese ‘otro fútbol’
que más bien es un fenómeno digno del legendario Actor’s Studio. El guardameta,
viendo que tenía una tarjeta amarilla tras protesta en la primera parte, se
hizo el lesionado durante el resto del envite y se negó a sacar de puerta. Cuando
el Celta empezaba a jugar, decidió el portero gallego que el suelo era confortable a pesar de la ingente cantidad de agua que había caído. Unas
croquetas y cinco minutos perdidos después, el ritmo se había roto y los
vigueses entraron (de nuevo) en el fango granadino. El lateral derecho francés, por su
parte, secó a Nolito y de pasó se apuntó a la técnica del piscinazo con falso
esguince de tobillo incluido. Misteriosa la ausencia de uno o dos premios
interpretativos para cada uno.
Con todo, las tuvieron Larrivey y Orellana para terminar con
la pantomima. Fallaron y el partido fue muriendo, de nada sirvieron los seis
minutos de descuento y la excelente racha goleadora tocaba a su fin con el
primer partido a cero de la temporada. Un punto que sin duda sabe a poco, pero
que no deja de ser contra un rival directo por la permanencia y un resultado
del que seguir aprendiendo poco a poco. La exigencia del campeonato provoca que
ahora, en uno de los campos malditos para el celtismo, haya que buscar la
victoria como única opción. No cabe otra que ganar en Vallecas, con sospechosos
habituales o sin ellos.
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