![]() |
Foto: Toni Albir |
Las hazañas del deporte (y de la vida) son aquellas que se
hacen una pregunta sencilla y difícil al mismo tiempo: ‘¿Por qué no?’. Más de
setenta años, con sus días y sus noches, habían pasado desde que el Celta ‘de
los canarios’ asaltase el feudo barcelonista en los primeros años de la
posguerra. Más de setenta años de complejo, arbitrajes caseros, fallos
imperdonables, armas entregadas antes de tiempo. Setenta años, en fin, de
inseguridad en campo barcelonista.
En los últimos tiempos visitar el Camp Nou se había
convertido en una rutina con final previsible. Sería imprescindible hacer el
trabajo antes de tiempo para no sufrir demasiado la pérdida inevitable de los
tres puntos disputados ante el Barça de Messi. Como tantos otros equipos,
faltaba saber cuántos goles podrían caer, cuánto tiempo se podía aguantar y cuántas
acciones dudosas permitiría el árbitro. En estas últimas ligas de la
globalización, del dominio del mercado sobre el arte de la pelota, era
quijotesco buscar la victoria en los dos castillos imperialistas del fútbol
español. Lo único que hacía falta, aunque muchos pensasen lo contrario, era creérselo.
Lo demás viene a consecuencia.
Se quejaba Joaquín Caparrós en los días previos de un
titular malintencionado, quizá manipulado, que sin embargo hacía traslucir una
verdad que ya conocemos: el miedo sobrevuela el ambiente cuando un equipo ‘pequeño’
se enfrenta a Madrid o Barcelona. Atenazan los nervios y los entrenadores
pueblan el medio del campo y la defensa con la vana esperanza de parar el aluvión.
Renuncian a sí mismos. No lo hizo el Toto Berizzo, desde hoy entrenador histórico
para el Real Club Celta de Vigo. No lo hizo quién sabe si aupado por la valentía
que da la inexperiencia en Europa, quién sabe si por ser discípulo de un ‘loco’
o quién sabe si porque realmente carece de complejos y compite hasta el final. El
fútbol, como todo, ha de cambiar de dueños y de alquimistas. Berizzo es la
sangre nueva que este deporte necesita.
Ante una de las mejores delanteras del mundo, el Toto quiso
armar su equipo desde la presión adelantada. Fíjense, desde un primer instante,
en la posición del ‘Tucu’ Hernández y las intenciones con la pelota de Michael
Krohn-Dehli. El danés estuvo bastante tapado en la tarde de ayer (Luis Enrique
lo conoce bien), pero cada vez que pudo recibir el balón no gastó sus fuerzas
en no perderlo sino que miró al frente. El Barcelona nunca salió cómodo de su
campo, quizá por la ausencia de un creador de juego puro y duro pero también
por mérito inconmensurable de un Celta que tapó los espacios con muchísima
inteligencia. No hubo una presión alocada, lo que hubo fue una distribución
excepcional de los jugadores que había en el campo.
De esa forma se consiguió que el equipo local recurriese al
balón largo o al riesgo. Como la calidad, juegue quien juegue, siempre va a
existir en Barcelona; las ocasiones llegaron de todos los colores. Porque hubo
balones largos con peligro y porque el riesgo a veces sale bien. Pero no muchas
de esas ocasiones fueron claras, es decir, existieron muchos tiros forzados o
en posición poco peligrosa. Se hicieron faltas, se jugó de tú a tú, se miró a
los ojos al rival. Se jugó, he ahí la clave, como siempre lo hacemos. Para
ganar.
Nolito y Larrivey hicieron el resto. En un balón largo excelentemente
peinado por el ‘Tucu’ (primoroso en el juego aéreo y la presión, fallón con el
balón en los pies), Nolito peleó y maravilló: excelente taconazo buscando el
espacio que ocupó el gladiador Larrivey. Toque sutil y Bravo batido. Lo más difícil,
adelantarse antes que el rival y jugar a partir de ahí con su ansiedad, ya
estaba hecho. Para lo demás existe el gato de Catoira. Sergio Álvarez, cuyo
talento futbolístico es incluso inferior a su talento como persona y compañero,
gritó su nombre alto y claro en uno de los estadios más difíciles del planeta fútbol.
Imposible, cuando el árbitro pitó el final, no sentir una
emoción y una alegría desbordante. No son tres puntos más, es la confirmación
de una idea y de un equipo que no deja de crecer. Es la primera cumbre del
nuevo Celta, de ese del que nos sentimos más orgullosos que nunca. De un
equipo, sin más. Un equipo que ha demostrado que setenta años no son nada si crees
y te cuestionas las cosas, si te planteas hacer historia. Por eso el día de
ayer se lo contaremos a nuestros hijos y nietos. Les contaremos, corazón
celeste en el puño, que si un equipo que hace tan solo tres años se las veía y
deseaba para ascender con cuatro duros pudo ganar en el Camp Nou, no hay excusa
que valga para todo lo demás.
Sígueme en Twitter: @germasters
0 comments:
Publicar un comentario