La Otra Crónica: 73 años no son nada


Foto: Toni Albir
Las hazañas del deporte (y de la vida) son aquellas que se hacen una pregunta sencilla y difícil al mismo tiempo: ‘¿Por qué no?’. Más de setenta años, con sus días y sus noches, habían pasado desde que el Celta ‘de los canarios’ asaltase el feudo barcelonista en los primeros años de la posguerra. Más de setenta años de complejo, arbitrajes caseros, fallos imperdonables, armas entregadas antes de tiempo. Setenta años, en fin, de inseguridad en campo barcelonista.

En los últimos tiempos visitar el Camp Nou se había convertido en una rutina con final previsible. Sería imprescindible hacer el trabajo antes de tiempo para no sufrir demasiado la pérdida inevitable de los tres puntos disputados ante el Barça de Messi. Como tantos otros equipos, faltaba saber cuántos goles podrían caer, cuánto tiempo se podía aguantar y cuántas acciones dudosas permitiría el árbitro. En estas últimas ligas de la globalización, del dominio del mercado sobre el arte de la pelota, era quijotesco buscar la victoria en los dos castillos imperialistas del fútbol español. Lo único que hacía falta, aunque muchos pensasen lo contrario, era creérselo. Lo demás viene a consecuencia.

Se quejaba Joaquín Caparrós en los días previos de un titular malintencionado, quizá manipulado, que sin embargo hacía traslucir una verdad que ya conocemos: el miedo sobrevuela el ambiente cuando un equipo ‘pequeño’ se enfrenta a Madrid o Barcelona. Atenazan los nervios y los entrenadores pueblan el medio del campo y la defensa con la vana esperanza de parar el aluvión. Renuncian a sí mismos. No lo hizo el Toto Berizzo, desde hoy entrenador histórico para el Real Club Celta de Vigo. No lo hizo quién sabe si aupado por la valentía que da la inexperiencia en Europa, quién sabe si por ser discípulo de un ‘loco’ o quién sabe si porque realmente carece de complejos y compite hasta el final. El fútbol, como todo, ha de cambiar de dueños y de alquimistas. Berizzo es la sangre nueva que este deporte necesita.

Ante una de las mejores delanteras del mundo, el Toto quiso armar su equipo desde la presión adelantada. Fíjense, desde un primer instante, en la posición del ‘Tucu’ Hernández y las intenciones con la pelota de Michael Krohn-Dehli. El danés estuvo bastante tapado en la tarde de ayer (Luis Enrique lo conoce bien), pero cada vez que pudo recibir el balón no gastó sus fuerzas en no perderlo sino que miró al frente. El Barcelona nunca salió cómodo de su campo, quizá por la ausencia de un creador de juego puro y duro pero también por mérito inconmensurable de un Celta que tapó los espacios con muchísima inteligencia. No hubo una presión alocada, lo que hubo fue una distribución excepcional de los jugadores que había en el campo.

De esa forma se consiguió que el equipo local recurriese al balón largo o al riesgo. Como la calidad, juegue quien juegue, siempre va a existir en Barcelona; las ocasiones llegaron de todos los colores. Porque hubo balones largos con peligro y porque el riesgo a veces sale bien. Pero no muchas de esas ocasiones fueron claras, es decir, existieron muchos tiros forzados o en posición poco peligrosa. Se hicieron faltas, se jugó de tú a tú, se miró a los ojos al rival. Se jugó, he ahí la clave, como siempre lo hacemos. Para ganar.

Nolito y Larrivey hicieron el resto. En un balón largo excelentemente peinado por el ‘Tucu’ (primoroso en el juego aéreo y la presión, fallón con el balón en los pies), Nolito peleó y maravilló: excelente taconazo buscando el espacio que ocupó el gladiador Larrivey. Toque sutil y Bravo batido. Lo más difícil, adelantarse antes que el rival y jugar a partir de ahí con su ansiedad, ya estaba hecho. Para lo demás existe el gato de Catoira. Sergio Álvarez, cuyo talento futbolístico es incluso inferior a su talento como persona y compañero, gritó su nombre alto y claro en uno de los estadios más difíciles del planeta fútbol.

Imposible, cuando el árbitro pitó el final, no sentir una emoción y una alegría desbordante. No son tres puntos más, es la confirmación de una idea y de un equipo que no deja de crecer. Es la primera cumbre del nuevo Celta, de ese del que nos sentimos más orgullosos que nunca. De un equipo, sin más. Un equipo que ha demostrado que setenta años no son nada si crees y te cuestionas las cosas, si te planteas hacer historia. Por eso el día de ayer se lo contaremos a nuestros hijos y nietos. Les contaremos, corazón celeste en el puño, que si un equipo que hace tan solo tres años se las veía y deseaba para ascender con cuatro duros pudo ganar en el Camp Nou, no hay excusa que valga para todo lo demás.


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