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Foto: Lalo R. Villar |
Es difícil, desde la emoción del resultado y como celtista,
analizar friamente un partido como el que se dio cita a las nueve de la noche
del día de ayer en el viejo Balaídos. La alegría, ya lo saben, va por barrios.
Y esta vez fue el vigués (por fin) el que carcajeó y celebró tras sufrida (más
de la cuenta) victoria. Pero en esto del fútbol, como en la vida, siempre ha de
tender uno a superarse y a mejorar constantemente. Y demostró el Celta del Toto
Berizzo que las bases están bien cimentadas, pero los errores son ya
reincidentes y todavía están a tiempo de ser corregidos. Los tres puntos contra
el eterno rival no deben nublar esa intención de mejora que ya ha de ser
efectiva dentro de un par de días.
Porque si bien los del Toto dominaron un buen grueso del
encuentro (casi la totalidad de la primera parte y un buen tramo de la segunda
tras el gol visitante), no es menos cierto que todo se pudo ir al traste en más
de un momento. El Deportivo, mucho más rocoso de lo esperado, estuvo a punto de
rascar algo si no llega a ser por el milagro felino de un joven de Catoira al
que ya le tardaba en tocar el momento de gloria. Otra vez, quizá con menos
sentido que en el Calderón, se amarró el Celta a la portería con demasiada
ansiedad. Otra vez se sufrió defendiendo un resultado que podría haber sido cuidado
desde la pelota, desde una posesión que se esfumó en el peor momento.
No es que los de Víctor Fernández, muy poco convincente en
su planteamiento y rácano en sus intenciones, jugasen a las mil maravillas. Pero
sí que supieron sacar petróleo del estado eufórico de un Celta al que una vez más
le pueden las ganas del último pase. Comenzó todo de cara con un golazo de
Nolito tras fallo garrafal de Lopo. ¡Vaya quiebro a Sidnei! El estado de forma
del gaditano ya no sorprende a nadie y su golazo se vio continuado por bellas
jugadas frente a un Laure desesperado a quien no hubiera sido raro ver
expulsado. He ahí otra de las claves de un encuentro que durante el primer
tiempo se controló con premura: Fontàs, expeditivo y espectacular contra
Postiga, fue amonestado con prontitud por Del Cerro Grande. Rigurosa cuanto
menos la tarjeta en una falta similar a las de Lopo y compañía en el otro
frente y que condicionó en exceso al catalán a la hora de defender al delantero
portugués, que no cesaba en su empeño por buscarle las cosquillas.
En esos momentos faltó la calma, la templanza. Había tantas
ansias por rematar que las opciones elegidas siempre eran las incorrectas. Tan
solo Orellana, a balón parado, estuvo cerca de anotar el segundo antes del
entretiempo. Los coruñeses, por su parte, apenas inquietaron la portería de
Sergio hasta la vuelta de los vestuarios. Se vino el Celta demasiado arriba y
ya venían avisando los visitantes con jugada idéntica a la que transformaría en
gol un buen Isaac Cuenca. Errores en cadena tras ataque eufórico provocaron una
mala transición defensiva (quizá precedida de penalti…) que terminaría en las
redes celestes. Costaba asimilar tal mazazo visto lo visto en el campo, pero
nadie dijo que ‘o noso derbi’ fuese fácil.
Fue entonces cuando Víctor Fernández entregó el partido de
forma descarada. Los deportivistas se encerraron y renunciaron completamente al
balón en lo que no cabe duda, a tenor de lo que se venía, que fue un grave
error. El Celta presionó y presionó, atacó como nunca y vino mereciendo el gol
aunque fuese por insistencia. Córner tras córner, ocasión tras ocasión. Hasta
que el gigantón Larrivey, tan peleón como acostumbra, metió la cabeza tras
falsa salida de Lux en un córner perfecto de Nolito. Gol y delirio. La euforia
era incontenible porque restaba poco y no había trazas en el campo de que las
cosas se pudiesen torcer. Había entrado antes un buen Augusto, que se prevé
titular, por un de nuevo desdibujado Álex López. Mucha más brega y criterio con
el balón gana el Celta con el argentino en el campo. El problema de la locura a
la que se había abonado Berizzo en los últimos encuentros parecía solucionado.
Hasta que, encarados los últimos diez minutos del encuentro,
los cambios fueron más físicos que sistemáticos. Jonny formó en el lateral
izquierdo sustituyendo Planas a un cansado Nolito en el extremo y Sergi Gómez
reforzó el medio del campo ausentándose un Krohn-Dehli que resulta básico para
terminar los encuentros con el balón en poderío. Y así, poco a poco y por el
empuje desesperado de los deportivistas, el campo se fue inclinando hacia la
portería de Sergio. Sorprendió Sidnei incorporándose desde la zaga con galopada
increíble hasta provocar la mano de Cabral en el área y el celtista medio ya se
temía lo peor. Pocos tenían fe en el gato-vikingo de Catoira dados sus escasos precedentes
como para-penaltis. Mendunjanin cogió el balón y se dispuso a golpear con la
zurda. El gato lo zarpeó y el Celta respiró.
Final de infarto que todavía se prolongó cuatro minutos más
con todo el equipo achicando balones a pesar de la evidente superioridad que se
había manifestado en el campo. Nervios, inmadurez, excesiva ansiedad. Puede
achacarse a muchas cosas, pero la única detectable hasta el momento es que el
Celta del Toto no termina los partidos todo lo bien que debería. Tanto física
como mentalmente. Tiempo hay de corregirlo y, como el propio Toto decía en
rueda de prensa, los vigueses somos los dueños de Galicia por un día.
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