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| Foto: Pascu Méndez |
Juego, posesión e intención no siempre van de la mano de los resultados. Y ayer, el Celta fue víctima de ello. Perdió en la recta final un partido que controló a placer, que maduró con paciencia, pero en el que se le negó el gol. Ese que, al final de los 90 minutos, es el que ajusta las cuentas. Ese que el Elche se encontró en una de las escasas ocasiones en las que pilló desprevenida a la zaga celeste.
El once
Lucho mueve la baraja
Luis Enrique no es hombre de un solo once, por eso ayer no sorprendió que barajase de nuevo sus cartas y entregase de nuevo la titularidad a Aurtenetxe y Santi Mina, el primero para acompañar a Cabral, y el segundo para pulular por el ataque. Sentar al capitán Oubiña ha pasado de ser extraordinario a tomar cierto cariz de habitual, por eso el avance de Andreu Fontás al mediocentro no sorprendió, lo mismo que las piezas que situó a su alrededor, un Michael Krohn-Dehli que movilizó la pelota, y un Augusto Fernández que fue el celeste más destacado de la primera mitad del duelo. Cuestión al margen se merece la inventiva inicial en la línea de vanguardia.
Colocación
Cada uno, en su lugar
Como queriendo desempolvar la idea de la versatilidad que le ofrece la plantilla, Luis Enrique dio un giro al mapa clásico y probó con Rafinha de falso nueve, dejando al joven Mina, que en juveniles también se movía por las bandas, el costado izquierdo. La apuesta, sin embargo, no se tradujo en lo esperado. El hispanobrasileño necesita estar en contacto con el balón, y rodeado de los centrales del Elche, no disfrutó. Por eso en la segunda mitad retrasó metros y su juego y sus cambios de velocidad surgieron de nuevo para llevar peligro al área rival. Eso sí, como ya le sucedió en algún que otro partido, el Celta empieza a ser víctima de su propia evolución, y los rivales elevan cada vez más protecciones ante los de Luis Enrique, por lo que resolver en los últimos metros es cada vez más complicado.
El fútbol
Con o sin balón
El Celta ha madurado. De su incomodidad de otrora sin el balón ya parece que solo queda el recuerdo, y como muestra, el arranque del partido de ayer, en el que los vigueses tiraron de paciencia, serenidad y colocación para no desesperar ante un rival que no le daba pábulo y que le obligaba a salir al contragolpe. Eso sí, cuando los célticos vieron que la efervescencia ilicitana menguaba, comenzaron a trenzar jugadas con criterio. Haciendo un fútbol casi de memoria y volcado permanentemente en la portería contraria. Pases filtrados, centros laterales, desmarques y los acelerones de Rafinha se sucedieron en el repertorio ofensivo vigués, pero sin éxito. Quizás falló el gol, o quizás el fútbol vigués se vuelve más previsible.
La defensa
Buenos argumentos
El Celta ha alcanzado un nivel de solidez defensiva que le permite volcarse en ataque a sabiendas de que atrás está bien resguardado. La cobertura y la tranquilidad que Gustavo Cabral -ambicioso incluso en el ataque- aportó a la zaga fue determinante; Aurtenetxe fue un fiel y resolutivo escudero, y los laterales exprimieron su velocidad para taponar una y otra vez las embestidas ilicitanas. Eso, durante 90 minutos, a excepción de un par de ocasiones. Solo en dos jugadas el Elche se encontró con la banda derecha desajustada, y en una de ellas llegó el gol. Es Rafinha el que intenta taponar el avance ilicitano en el minuto 85. La única nota discordante de la sinfonía, pero lo suficientemente desafinada para tirar un partido.




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