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| Foto: Manuel Lorenzo |
Arribaba el Celta en Elche con ansias de conquista y se quedó,
al llegar a la orilla, con ganas de recuperar lo perdido. Si bien en Granada y
Villarreal, dos tardes huérfanas de fútbol por parte de los celestes, la
victoria se asumió como injusta; en esta ocasión los dioses del balompié se
confabularon para devolver el golpe más fuerte y más doloroso. Tras una segunda
parte de acoso y derribo los ilicitanos se plantaron una vez en el área y les
bastó para llevarse el encuentro.
Sorprendía Luis Enrique con el once inicial, como es ya marca
de la casa, esta vez debido a la reciente lesión de Charles. Así que, como
muchos habíamos pedido alguna que otra vez, experimentó con Rafinha como falso
nueve. Las bandas las ocuparon Santi Mina por el flanco izquierdo y Orellana
por el derecho. La media fue para un ejemplar Fontàs que celebraba su automática
renovación por el club vigués. Y la cosa, al menos en lo ofensivo, no resultó
en la primera parte.
Principalmente porque el Elche es un equipo incómodo, duro,
peleón y que no duda en encerrarse atrás con todo para salir como balas a la
contra. Quiso el Lucho jugar por dentro pero no era el día. Rafinha estaba
desaparecido en combate por la poca costumbre en la demarcación que le tocó. Queda
claro ya que ante rivales de este calado su mordiente surge arrancando desde
atrás y no como referencia. Transcurrieron, pues, 45 minutos sin más ni más. Se
jugaba a lo que el Elche quería y ni Krohn-Dehli ni Augusto percutían como era esperado en la
posición de interiores. La pelea no se negociaba, pero el fútbol se le negaba a
un Celta que tenía el balón sin trascendencia alguna en el juego. Incluso
pudieron adelantarse los locales con un claro cabezazo tras la clásica caraja
defensiva
Todo cambió en la segunda parte cuando Rafinha retrasó y
esquinó su posición para que Santi Mina ocupase la punta. Entonces sí. El Celta
se puso a jugar y los minutos pasaron con el campo inclinado hacia la portería
de Manu Herrera. No eran las ocasiones claras en exceso, pero tanto Rafinha
como Orellana hacían rotos y descosidos al cada vez más débil muro defensivo
que había planteado el buen entrenador Escribá. Las faltas eran la única
alternativa posible para detener a unos vigueses ya lanzados y con
alternativas. Claro que Velasco Carballo no es un árbitro que se prodigue en el
arte de la visión periférica, tan común al resto de los mortales.
Pero el fútbol, desde que es fútbol, no entiende de
justicias o injusticias. Tampoco de méritos o deméritos. Otras veces salió cara
y esta vez, como en el partido de ida, tenía que salir cruz. La tuvo Charles,
después de su habitual trabajo sacando dos amarillas al rival en los apenas 20
minutos que pisó el césped del Martínez Valero. Una buena falta botada por
Rafinha la acarició el brasileño con su bota sin confianza por lo inesperado de
la acción. Y justo en la jugada siguiente, en un saque de banda aparentemente
intrascendente, Carles Gil cogió desprevenida a la defensa y regateó a Rafinha
para, inmediatamente y con pierna derecha, batir a Yoel por bajo. Mazazo, jarro
de agua fría, golpe bajo. Usen, a su gusto, el tópico que quieran.
A partir de ahí el partido ya no se jugó. Le entraron tantas
prisas al Celta que hasta Welliton entró al campo. Su presencia se dio en un
partido poco propicio y casi fue testimonial en los poco más de cinco minutos
de los que dispuso. No hubo opción. Una primera parte que se fue a donde quería
el Elche terminó por condenar a un Celta que se acordó de jugar demasiado
tarde. Igual que contra el Getafe, el partido se hizo corto antes de que los
once celestes se diesen cuenta. Quizá sirva este duro varapalo para espantar
los fantasmas de Uefas y salvaciones tranquilas. Urge no distraerse y seguir, y
ahora vienen los emplazamientos más duros de la temporada. El objetivo sigue
cerca, pero la realidad de este Celta (y quizá del Celta de siempre) sigue
siendo sufrir para celebrar.
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