Lección de clase sin premio


Las derrotas, con clase, son menos amargas, aunque quizás más peligrosas. Porque el papel que ayer protagonizó el Celta en el Bernabéu maquilló de alguna manera una realidad dura, la de un equipo que ha entrado de nuevo en descenso, y al que le queda acabar la primera vuelta ante un hueso duro como es el Valencia. Pero claro, después de que los de Luis Enrique bordearon el recital en el coliseo blanco, el nivel de juego alienta las esperanzas celestes.

El planteamiento: Seriedad y colocación

Posiblemente el de ayer ha sido hasta la fecha uno de los partidos más completos del Celta de Luis Enrique. Por colocación, por planteamiento, por intensidad y por lucha. Pero sin premio en forma de gol ni puntos. El Celta mostró su faceta más sobria. Bien colocado, atento en las ayudas, sin excesos y sabiendo cómo mantener a raya al Real Madrid. Sin embargo, los zarpazos blancos fueron suficientes para golear a un equipo que puso juego y clase, pero que perdonó. Y eso, en fútbol, suele acompañarse de llanto.

La defensa: Doctorarse en el Bernabéu

Encajar tres goles no suele ser síntoma de una buena defensa. Sin embargo, más allá de los aciertos de Benzema y Cristiano Ronaldo, dos estrellas del fútbol mundial, la defensa celeste mostró su mejor cara. Nada que ver con las dudas y desbarajustes de otros partidos. Luis Enrique confió con buen criterio a Jonny el lateral izquierdo, y aunque en el primer tiempo el canterano, sin el respaldo de Orellana, sufrió lo suyo, con la ayuda de sus compañeros, aguantó el tirón. Ayer la zaga celeste no se andaba con medias tintas. Si un balón quedaba muerto en el área, se despejaba a plena potencia. La intensidad echada en falta en otras ocasiones, ayer se apoderó de una defensa en la que Cabral y Costas cumplieron a la perfección y en la que Hugo Mallo espantó en un buen partido los fantasmas de su última visita al Bernabéu.

El centro del campo: El primer dique

El trivote céltico fue un dique de contención y una línea de creación. La solidaridad que presidió el juego céltico hizo que los vigueses tapasen bien los espacios a un Real Madrid con poco ángel, y que al tiempo fuesen capaces de encontrar resquicios en los que poner el balón. Por momentos, el Celta se gustaba y exhibía el fútbol de toque que le agrada y en el que se siente cómodo, aunque hacerlo en el coliseo blanco pueda sonar a frivolidad. Incluso los vigueses fueron capaces de minimizar el número de esféricos perdidos en el medio campo y de ganar algunas disputas en balones divididos.

El ataque: El talón de Aquiles celeste

El Celta necesita gol. Charles, a pesar de tener en sus botas dos oportunidades de oro, no fue capaz de aprovecharlas, y eso acabó costándole al equipo un 3-0 excesivo a todas luces. La falta de acierto del delantero de referencia celeste fue la cruz, mientras la cara la ponía un Rafinha que grabó su nombre con mayúsculas. El hispano brasileño se sacó de la chistera un partido inmenso al que le faltó el colofón del gol. El ataque céltico dependió en exceso de la segunda línea, puesto que Orellana regresó a sus horas más bajas, y Augusto Fernández no encontró premio. La entrada de Krohn-Dehli y Nolito fue una buena noticia para la ofensiva céltica, pero el resultado ya mandaba cuando la conexión andaluza-danesa comenzó a funcionar. La realidad del Celta es que tiene superávit de calidad ofensiva, pero déficit de gol. Y este, al final, es el que manda.

La resaca: El camino está marcado

Si de algo le sirve al Celta el partido del Bernabéu es para ratificar que con intensidad, sobriedad y un orden lógico, es capaz de plantar cara a cualquiera. Los de Luis Enrique marcaron el camino, pero ahora deben ser capaces de reeditar el buen trabajo, sobre todo defensivo, ante rivales que no se llamen Real Madrid.

Lorena Garcia Calvo / La Voz de Galicia

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