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Foto: LFP |
Esta vez el esfuerzo tuvo su recompensa. Con sufrimiento. Con Balaídos conteniendo el aliento y aplaudiendo la habilidad de Orellana en los últimos instantes, pero con los tres puntos quedándose en casa. Porque la segunda victoria del Celta en su feudo fue ante un Valencia rocoso, y remontando. Con un once que se reivindicó, y con el fútbol y la creatividad imponiéndose.
El once
Si algo funciona...
Luis Enrique dijo que el partido del Bernabéu no tenía por qué ser el camino a seguir. Sin embargo, la primera decisión que adoptó ante el Valencia fue repetir el once que alineó ante el Real Madrid, con el único cambio de Fontás, que entró por David Costas. Augusto ya se ha anclado al trivote, y Orellana se reivindicó en la titularidad con su mejor partido como celeste de la temporada. Los cambios, ya manidos, refrescaron y cumplieron.
La defensa
La intensidad se mantiene
El duelo ante el Valencia ha dejado claro que Jonny parece haber ganado la partida en el lateral zurdo. Y es que el zaguero, más allá de un inicio dubitativo, acabó destapándose con una gran actuación en la que dejó claro que su descaro a la hora de incorporarse al ataque es cada vez mayor. Lo mismo que un Hugo Mallo incombustible en la derecha. Y en cuanto al centro de la zaga, que por momentos esta temporada parecía ser un agujero negro, Cabral y Fontás demostraron que la veteranía y la contundencia son un grado.
El centro del campo
Donde todo comienza
El Celta es extremadamente sensible a lo que sucede en su centro del campo. Cuando la media contiene, recupera y es capaz de sacar balones, el fútbol céltico brilla. Cuando no, el juego de los de Luis Enrique se colapsa hasta caer en lo tétrico. Por eso ayer se pudieron ver dos Celtas. El que en durante algunos minutos del primer tiempo acusó las pérdidas de balones del capitán, el cansancio de Augusto y el día flojo de Álex, y el que en la segunda mitad exhibió a un Oubiña más lúcido, a Álex más participativo y próximo al área rival, y a un Augusto más enchufado.
La clave
fútbol sencillo
El Celta corre el peligro de gustarse. Cuando lo hace, se agarra a las florituras, a los pases al límite y a los riesgos innecesarios. Y es entonces cuando, en el mar de la confianza, recibe el zarpazo. Le sucedió ayer al encajar el gol visitante justo cuando el juego céltico más brillaba, y le sucedió en anteriores ocasiones. Ayer, sin embargo, la intensidad y la claridad de ideas de las que tiró el equipo en el segundo tiempo fue suficiente para voltear el resultado. Las frivolidades, los riesgos excesivos, y por momentos los errores infantiles que cuestan caro -caso del gol che, que llega tras un error no forzado de Oubiña-, penalizan, aunque ayer no fue el caso.
El ataque
Charles se reivindica
El fantasma de las ocasiones desperdiciadas que desde el lunes acechaba al Celta apareció en el primer tiempo de Balaídos en las botas de Charles y Rafinha. Sin embargo, esta vez el fútbol fue justo con los célticos, y el brasileño se sacó la espina del Bernabéu con dos tantos que valieron tres puntos, pero que no ocultan los problemas de gol que tiene el equipo. Necesita reforzarse para no tener que lamentar ocasiones perdidas. Puesto que como bien sabe, el que perdona, paga.
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