La Otra Crónica: sinsabores


Foto: Jorge Landín
El Celta termina el año como lo empezó: lleno de incertidumbres y peligrosos caminos que no parecen llevar a ningún lado. Pasaron tres entrenadores y una terna de jugadores de distinto pelaje que no pudieron o no supieron darle al equipo la ansiada estabilidad. Y así, sin rumbo, se salvó ayer un empate de forma casi milagrosa ante un peleón Osasuna que sin duda mereció mucho más. Hasta cinco ocasiones claras, más claras que el no-gol de Abreu con San Lorenzo o la mítica pifia de Turdó a puerta vacía; marró el equipo de Pamplona en la primera parte. Si a esas alturas cualquier hijo de vecino le hubiese dicho a Javi Gracia que su equipo se iría empatado al descanso lo lógico es que se inmolase a las afueras de Balaídos. No fue algo normal.

Y no lo fue porque los vigueses decidieron jugar sin defensa. Al menos en lo que a intenciones y alma se refiere. Volvía David Costas al once no se sabe muy bien por qué acompañando a un Andreu Fontás que no es el mismo desde que se lesionó. Jon Aurtenetxe, descubrimiento incomprensible de Marcelo Bielsa, se empeñó en no hacer tan infructuoso a Toni en el lateral izquierdo. Ni siquiera Jony, acostumbrados como nos tiene a una regularidad pasmosa, estuvo aplicado en la zaga. Oriol Riera pudo irse a casa con el balón pero fue Armenteros quien aprovechó la carretera nacional que Fontás y Costas decidieron dejar rumbo a los palos que defendía Yoel para anotar el primer tanto casi a los quince minutos de juego.

Ninguna sensación positiva habían dado los del Lucho hasta ese momento. Ni siquiera la vuelta de Fabián Orellana al once en lugar de un disminuido Nolito consiguió encender al resto del equipo. El chileno estuvo voluntarioso, pero el resto del equipo no se contagió de su electricidad. Parecía imposible, no ya por falta de ocasiones o por la verbena montada en el área celeste, que se igualase el marcador antes del descanso o incluso en la totalidad del encuentro. Pero el fútbol tiene una componente de suerte que nadie puede explicar. En un gilicórner, una de esas jugadas patentadas por el espíritu de la Massía, Rafinha pone un centro sin aparente peligro y Augusto molesta al defensa osasunista para que peine el balón y sorprenda a Andrés Fernández. Increíble pero cierto.

Quizá por eso a los visitantes les pesó la segunda parte. El Celta se puso a jugar y dominó, sin sensación real de que el resultado peligrase. Pero también con la certeza de que aunque se jugasen tres partidos seguidos se marcaría un gol en la grada homónima. La esterilidad habitual acentuada por la ausencia de Charles y la incomprensible prisa de Luis Enrique a la hora de efectuar los cambios. Prisa en lo que concierne a Orellana y Krohn-Dehli, con un partido aseado hasta entonces, pero no en la incursión de un Mario Bermejo que necesita de más minutos para desatar su oficio. Los momentos de la basura no le van bien al cántabro y no parece que el entrenador asturiano confíe demasiado en él.

Y así, sin sobresaltos, terminó el partido. Con la sensación de que ganar resulta muy complicado y perder demasiado sencillo. Lo normal hubiera sido engrosar el casillero de derrotas, pero el destino no quiso que fuese así. Ahora llega el temido mercado invernal y dos partidos en los que será muy complicado puntuar. El crédito se agota y los nervios pueden empezar a aparecer. La temporada que iba a ser la que asentase al equipo en la máxima categoría del fútbol español se está convirtiendo en un calco de la anterior. Incluso en una copia sin certificar, porque los números van a peor. Mucho que mejorar y poco margen para hacerlo. Un sinsabor que nos deja unas amargas navidades para reflexionar.

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