El Celta del pasado curso se dio cita en el Coliseum Alfonso
Pérez la pasada noche. Luis Enrique sorprendió una vez más a propios y extraños
con una alineación que tenía mucho de improvisada y poco de fiable. Bellvís,
que lamentablemente tuvo que retirarse lesionado al cuarto de hora, se situaba
en el lateral derecho supliendo a un Hugo Mallo que descansaba en Vigo. Era la
punta del iceberg: Madinda y Krohn-Dehli sustituían a Álex López y a Rafinha,
pasando este último a una banda derecha que no termina de convenirle del todo. David
Rodríguez daba descanso a Charles y Aurtenetxe y Cabral sustituían a Toni y
Fontás. Un galimatías que ni daba continuidad ni era coherente con la idea del
equipo.
Y así, un partido que era la nada absoluta. El frío ambiente
de Getafe y la falta de fútbol de ambos equipos presagiaban un cerocerismo sin
ningún atractivo futbolístico. Pero el Celta, empeñado en engrandecer a sus
rivales, regalaba ocasiones gracias a una defensa llena de dudas. David Costas
no termina de arrancar tras su ilusionante debut y Gustavo Cabral es un mal
compañero de negocios. Está claro que no se entienden y prueba de ello es el
continuo cambio de posición que efectuaron durante todo el partido. Dudas y más
dudas que provocaban malos despejes, pases marrados e incertidumbre. Tampoco
Aurtenetxe parece ser un lateral de garantías en ningún aspecto del juego.
Malas noticias que se materializaron en un viejo enemigo: el
balón parado. Más de diez córners a favor para el equipo madrileño y una
sensación de fragilidad evidente. Ni Yoel se hace grande en las salidas ni el
juego aéreo parece ser fuerte de la zaga. Dos goles sin esfuerzo, con
culpabilidades repartidas, le dieron al Getafe una recompensa que ni siquiera
había buscado con insistencia.
Parecieron los primeros compases dominados por los del
Lucho. Mero espejismo. Apenas un par de acercamientos siendo el más peligroso
el de un Rafinha que se resbaló en el área pequeña cuando apuntaba al marco
defendido por Moyá. Balones largos, insistencia en el pase corto y ninguna
profundidad. Esta inoperancia provocó en los celestes (ayer de rojo en una equitación
que comienza a ser maldita) desesperación y apatía. Pocos movimientos y ninguna
ayuda a la salida del balón. Igual que en Villarreal pero sin la misma suerte. Levy
Madinda, titular por primera vez, pareció ser el único con ganas de sacar el
balón.
Lejos quedan ya las ilusiones de los primeros compases. Esa
chispa parece haber desaparecido y los viejos fantasmas se hacen cada vez más
presentes. Si nos hubieran dicho que la versión más timorata de Paco Herrera el
curso pasado como visitante se encontraba en el banquillo céltico, lo hubiéramos
creído. Pero no. Era Luis Enrique. Sin capacidad de reacción, sin coherencia en
su propuesta, con precauciones excesivas. Al Getafe se le podía haber ganado,
pero el Celta guardó la ropa. Y ahora, con el viento del norte de frente por
primera vez, el Celta ha de ganar sí o sí contra un Elche muy intenso. Que no
engañe su casillero: será rival difícil y ya no valen experimentos. Han de
jugar los mejores, sean quienes sean.
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