Un amor incondicional


RICARDO GROBAS
El celtismo vivió el pasado sábado uno de los instantes más memorables de sus casi 90 años de historia. Por fortuna y como recompensa al apoyo de una afición actualmente inigualable, el recuerdo será tan gratificante que el pitido final de Mateu Lahoz quedará grabado en los sentidos de cada aficionado como una liberación infinita, el paso previo a una felicidad que durará al menos un año más. El Celta es de Primera. Perdonadme que lo repita, pero la proximidad del descenso hace dos semanas provoca que no me canse de hacerlo. El Celta es de Primera. El caso céltico demostró la grandeza imprevisible del fútbol y sonrió por una vez al conjunto olívico, que continuará entre los grandes de la Liga española gracias al ejercicio de fe colectiva en las últimas dos jornadas, a la inestimable colaboración de los adversarios y, sobre todo, por la fuerza de una hinchada increíble.

En las más de dos décadas que uno lleva sintiendo esta camiseta y compartiendo el desmedido sentimiento por sus colores jamás había visto algo semejante a lo ocurrido esta temporada. Ajenos a la situación clasificatoria y a los criticables acontecimientos que condicionaron la armonía del club, el celtismo apretó en Balaídos, acompañó a los suyos por toda España y reanimó al conjunto de Abel Resino en Zorrilla para hacerle volar hacia la gloria frente al Espanyol. La alegría en los cánticos nunca decayó, imponiéndose a una razón que en ocasiones invitaba al desaliento, al abandono, a la pataleta, al desengaño. Fue un amor incondicional, el mismo que nos venden en las películas y difícil de aplicar en nuestro día a día por múltiples variables. El Celta tuvo las suyas (mala planificación deportiva, inexperiencia competitiva, piropos desconcertantes, tensiones internas, comportamientos reprochables, un cambio en el banquillo, etc), pero este asunto merece otro capítulo. Aquí, sólo importa la gente, la que hace grande a este club.

Si el futuro deportivo es maravilloso tras la permanencia en Primera y la situación económica muy benévola frente a las numerosas entidades futbolísticas que se han endeudado con alevosía, la salud social del Celta se ha convertido en un tesoro incalculable. A los incondicionales de la travesía por el infierno de Segunda se han unido este año los seguidores que habían guardado sus símbolos celestes en el armario y una multitud juvenil entre el sinfín de peñas que poblaba cada quince días el vetusto coliseo vigués y el campo que tocase en la siguiente jornada. Veteranos o novatos, todos hemos hablado el mismo idioma. Hemos empujado con todo nuestro ser, recorriendo el exhausto universo emocional desde el sufrimiento casi insoportable a esa alegría que roza la locura.

Cada día somos más y más verdaderos. No perdamos esta oportunidad única que ha aparecido en forma de salvación. El talento y el coraje está en casa. Fichemos calidad, veteranía y compromiso. Soñemos a lo grande con los pies en el suelo. Tú, que has estado siempre ahí, lo mereces. Esta hazaña es tuya. A tus pies, 'compañeiro'.

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