El 23 de mayo de 2004 marcó un antes y un después para toda una generación de celtistas. 14 años después del último descenso y después de vivir la mejor época en la historia del Celta, el conjunto celeste daba con sus huesos en Segunda División, el mismo año en el que había hecho su debut en la Champions League. Un guiño rabioso del destino, de esos a los que tan acostumbrados estamos en Vigo. El rival fue el Mallorca, en una última jornada de Liga a la que el Celta llegaba con pocas opciones de salvación. Todo pasaba por ganar y esperar resultados. No se dio ninguna de las circunstancias necesarias.
El Celta, entrenado por Moncho Carnero y Rafa Sáez, compareció a Balaídos formando con Cavallero, Velasco, Cáceres, Sergio, Juanfran, Luccin, Oubiña, Ángel, Edu, Gustavo López y Milosevic. En la segunda parte entrarían Pinilla, Sylvinho y Jandro. Enfrente el mismo rival de mañana: El Real Mallorca, entrenado en aquel momento por Luis Aragonés, y que se plantó en Vigo con Miki, Cortés, Nadal, Lussenhoff, Poli, Campano, Pereyra, Marcos, Nené, Bruggink y Perera. Quiso el destino que fuesen Nené y Perera los encargados de ejecutar al Celta, con dos tantos en los minutos finales. Dos futbolistas que no mucho tiempo después defenderían la camiseta celeste y protagonizarían el descenso de 2007.
Fue el punto final a una etapa dorada, el regreso a la dura realidad para esa generación de celtistas que no conocían otra cosa que la Primera División y las competiciones europeas. Lejos quedaba el ascenso del 92, con Txetxu Rojo en el banquillo, justo dos años antes de aquella final de Copa el 20 de abril de 1994, que casi eleva al Celta a los altares. Después vendría la crisis de los avales, el banquillo de lujo de Castro Santos, el desembarco de cracks de talla mundial como Mostovoi, Mazinho, Karpin, Djorovic, Revivo, Boban, Mido y compañía. Las noches europeas ante Aston Villa, Liverpool, Benfica o Juventus. Los fracasos ante equipos franceses, una nueva final de Copa perdida ante el Zaragoza y la brillante clasificación para la Champions. Todo condensado en 12 maravillosos años que aquel 23 de mayo llegaban a su fin devolviendo a la realidad a una generación de celtistas para los que el Celta era alternativa a los grandes y no el equipo ascensos que casi siempre fue.
Mañana se repite aquel encuentro, esta vez en Son Moix, en territorio rival, y con las mismas urgencias que aquella tarde. Eso sí, ahora lo que tenemos en la mochila es menos glorioso, pero igual de intenso. El último lustro estuvo marcado por la agónica salvación ante el Alavés, la ley concursal, los fracasos en Segunda, la cantera forjada por Eusebio y puesta a punto por Herrera, y un ascenso que llenó Vigo de felicidad. Toca cambiar la historia, variar el rumbo y comenzar a escribir una diferente. Una en la que aquella generación que volvió a la realidad tenga un motivo para ser feliz, y la de ahora, la que empieza a engancharse al Celta, vuelva a sentirse plenamente de Primera División.
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