Dicen muchos que Borja Oubiña es la viva imagen del Celta,
un futbolista que representa mejor que nadie la trayectoria del club vigués en
los últimos años. Ambos vivieron una dura peregrinación por la nada,
desterrados por un fútbol cruel que les castigó con temporadas de anonimato que
incitaban a creer que ya nada volvería a ser lo que fue. No obstante, ambos se
negaron a caer en el olvido y renacieron de sus cenizas para regresar de la
mano a la élite que les fue hurtada tiempo atrás.
Borja Oubiña anotó
hace apenas 9 días el gol que despertaba al Celta del mal sueño de Riazor y devolvía
la ilusión a un equipo que recuperaba la fe en sí mismo tras salir moribundo
del derbi. Una semana más tarde, su rostro al terminar el choque frente al Rayo
Vallecano reflejaba todo lo contrario, un abatimiento y pesimismo que invitan a
ponerse en lo peor. El Celta fue ayer la imagen de su capitán: perdido,
superado, doblegado por un rival que campó a sus anchas en Balaídos. No fue el
único y ni mucho menos el principal culpable de lo ocurrido, pero sí representó
el sentir de un equipo descosido, golpeado de nuevo y, lo que es más grave, sin
dar síntomas de poder levantarse.
Todo empezó mal
desde antes del inicio. Abel Resino esquivó esa norma no escrita que dice que
todo aquello que funciona no debe ser tocado y sorprendió con una alineación de
la que se caía Natxo Insa. El Celta tiró el centro del campo. Lo celebró el
Rayo y sobre todo un Roberto Trashorras que seguramente no esperaba una vuelta
tan plácida a Vigo. Oubiña era incapaz de sostener él sólo al equipo ante la
incapacidad defensiva de un Álex López que sufre a cada metro que retrocede.
Con la medular perdida, la defensa adelantada se tornó suicida. Más aún si el
nivel de esta, especialmente de Cabral y Roberto Lago, está muy por debajo del
deseable. El Rayo pudo sentenciar en la primera parte y sólo la falta de
puntería evitó el desastre al descanso.
La vuelta de los
vestuarios no fue mejor. Tampoco las soluciones de Resino. Realizó el cambio
que quería la grada y no el que necesitaba el equipo. Insa se quedó en el
banquillo, Álex López en el campo y Park se retiró entre silbidos. Balaídos
focalizó su enfado en el coreano, convertido desde hace tiempo en el saco de
boxeo de muchos. Da igual lo que haga, importa poco lo que acierte, sólo lo que
falla. El runrún es permanente. Al tiempo se aplaude a Krohn-Dehli, del que no
hay noticias desde hace tres meses. Apático y desacertado, es hoy día una
sombra de lo que fue. Nada en cambio se le puede reprochar a Augusto u
Orellana, fallones pero esforzados. Sus enfados y gestos de rabia en los
minutos finales son un motivo para la esperanza.
Y es que no está
todo perdido. El paupérrimo ritmo del vagón de cola permite seguir soñando,
pero aún así obliga a vencer a Mallorca y Zaragoza para no descolgarse
definitivamente. Esto da muchas vueltas y todo puede cambiar en apenas 15 días
-y si no que se lo digan al Deportivo- pero urge una reestructuración tanto
futbolística como psicológica. El Celta volvió ayer al sábado de Getafe, donde
el equipo dio muestras de descomposición y en el que Herrera terminó haciendo
las maletas. Resino no da con la tecla. Ha dado la cara ante los grandes, pero
se ha disuelto como un azucarillo en los partidos de triunfo innegociable. Sólo
la fortuna permitió la victoria en su debut ante el Granada en un partido en el
que el Celta no mereció semejante botín. No siempre iba a ser así. Tiene una
semana para replantearse si su modelo es válido para este equipo y para
recuperar la moral de un grupo con una evidente falta de carácter. Es el único
camino para salir del pozo. De otra forma, no se puede.
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