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Comparecieron los jugadores del Real Madrid en Balaídos para extrañeza de la gente, que durante un lustro los ha contemplado en el televisor, tan cerca y a la vez tan lejos. Un clima irreal, como cuando uno se cruza a un actor famoso por la calle y no sabe si es él o su personaje. Algunos madridistas, como Cristiano y Pepe, representaron el papel que de ellos se espera incluso sin quererlo. "Tonto", le dijeron a uno; "asesino", le gritaron al otro. Al final, resultó que famosos y anónimos son tan de carne como un Real Madrid superado o tan de sueño como Bustos marcando un golazo.
Un lustro sin el Real Madrid en Balaídos. Han sido y son los años de Cristiano Ronaldo, Pepe, Mourinho? Hemos vivido sin ellos y a la vez hemos compartido con ellos el salón de nuestras casas, ya que inquilinos habituales del televisor. Seres tan escasamente tangibles durante este tiempo como el Doctor House o los tronistas de "Mujeres y hombres y viceversa". A medio camino entre la realidad y la ficción, quiere decirse. Quién sabe si de verdad, actores representando un papel o directamente generados por ordenador. Por eso se palpa cierta sensación de estupor en el estadio cuando salen por el túnel de vestuarios. Pequeños desde la distancia de las gradas, como a escala, pero indudablemente corpóreos. Comparten césped con los célticos, a los que todo el mundo ha palpado, con los que todo el mundo se ha cruzado en la calle. Universos distintos que colisionan.
Algo se rasga en el tejido de la vida, como si un extraterrestre o un fantasma se apareciesen sobre el césped. Cae la cuarta pared del teatro. Se rompe el cristal de la pantalla. Son ciertos y a la vez siguen pareciendo un conjunto de destellos luminosos. Por eso a Cristiano le gritan "tonto" a la primera y a Pepe le silban cuando simplemente galopa hacia un balón. No es a ellos, sino a los tantas veces contemplados en las retransmisiones. A los relatados en las tertulias, en la turbamulta de detractores y devotos. Arrastran sus personajes como esos actores que interpretan al malvado y a los que la gente rehúye en la cola del supermercado. Pepe, de hecho, ofrece al público lo que el público desea como cuando un grupo de niños le pidió a Constantino Romero, doblador de Darth Vader, que les dijese: "Yo soy tu padre". Y así Pepe, queriendo cocear el balón, cocea a Lago. "Asesino", le chillan. Todos en su línea del guión.
Cristiano atrae irremediablemente la atención. Tras la fricción con Mallo le llueve el cántico contagiado entre aficiones, "ese portugués" y lo que sigue. Dura poco, seguramente porque Balaídos recupera el sentido de la buena vecindad. Estadio extraño, en el que se afea al luso y al portero rival, cuando saca, se le insulta por español. Tras el descanso le cantarán "Cristiano vende toallas".
Así que personajes y personas se entremezclan, famosos y anónimos, aunque no se sabe quién invade a quién. Es tal vez el Celta el que penetra en el escenario desde el patio de butacas. Incluso los hinchas se saben observados, con la audiencia multiplicada, e introducen sus mensajes. "David, indulto xa", reza una pancarta en referencia a Reboredo. Que cunda en España la libertad que merece el extoxicomano reinsertado, al que también ha de parecerle lo que vive un extraño sueño del que no acaba de despertar.
Es una noche extraña, noche americana, falsa pero creíble. Sale Ozil. Sale Kaká. Es un desfile por el Paseo de la Fama de Hollywood. Todos en cierto modo se antojan tan de cera como una estrella de cine. Es irreal la calidad técnica de Özil; irreal que este Kaká sea el mismo individuo que aquel que sostenía un balón de oro. Tan irreal como la belleza de De Lucas, al que Paco Herrera introduce para hacerle sombra a Cristiano en la batalla apolínea.
Y es entonces que todo se confunde. Que todos son Cristiano Ronaldo, igual que todos eran John Malkovic en "Cómo ser John Malkovich". Craig Schwartz encontraba en su delirante oficina una pequeña puerta que conducía al cerebro de Malkovich, al que suplantaba. Bustos encuentra una puerta que lleva al cerebro de Cristiano. Toma el balón, levanta la vista y suelta un derechazo que el portugués podría reclamar como propio. "Cristian", propone la megafonía, "Bustos", braman los seguidores, en voz alta para creérselo.
Sergio elige otro alojamiento. El Gato se transforma en El Santo. La revolución absoluta. Los personajes que se le desmandan a su autor, un Mourinho extrañamente inerte en su banquillo, masticando ya los latigazos de la sala de prensa ("solo hay un Mouriño y no es portugués", le corearon). Los seres humanos rebelándose contra el orden dispuesto por dios. Hasta que llega Cristiano, el de verdad, el de mentira, el genuino en resumen, y le recuerda a Balaídos que efectivamente todo es un sueño. O no.
Armando Álvarez / Faro de Vigo
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