El simple resultadista no encontrará diferencias. Los puntos
han volado y la distancia en el marcador ha sido la misma, pero lo cierto es
que nada ha tenido que ver un partido con el otro. De ese Celta timorato,
miedoso y agarrotado del Bernabeu al valiente, aguerrido y respondón del Camp
Nou, hay sólo dos semanas de por medio. Tiempo suficiente para apreciar la
evolución de un equipo que va a más, que aprende con el paso de las jornadas y
que dibuja un futuro esperanzador.
Ir al Camp Nou debe
ser algo similar a acudir al matadero. Salvo indulto, lo lógico es que salgas
trasquilado. Es entonces cuando decidir cómo morir. El Celta, al contrario que
frente al Real Madrid, prefirió una muerte dulce. Herrera apostó de inicio por
respetar la identidad del conjunto. No hubo cambio de dibujo, no hubo
experimentos. Los vigueses trataron de ser fieles a sí mismos sin entrar a
valorar las posibles consecuencias.
Una vez más, se
demostró que a este equipo casi perfecto que es el Barcelona, la única manera
de plantarle cara es a través del balón. Incluso por momentos el Celta se atrevió a
discutirle la posesión del esférico. No obstante, la contra fue el recurso más
empleado por los celestes ante los espacios que ofrecía el sistema blaugrana.
Por ahí llegaron el mano a mano de Aspas y el gol de Bermejo. Ayudó también el
más que correcto funcionamiento defensivo del equipo, muy ordenado y activo en
la presión, pero que pese a todo no logró frenar completamente al ataque
azulgrana. Era casi imposible.
El intercambio de
golpes fue la constante durante 60 minutos, donde la única diferencia fue el
distinto acierto de unos y otros de cara a puerta. El Celta funcionó bien en
líneas generales: Varas tuvo un par de intervenciones de mérito, la defensa
controló hasta dentro de lo posible el caudal ofensivo local –partido más que
correcto de Jonathan Vila-, Oubiña y Álex López plantaron cara al mejor centro
del campo del mundo y Aspas mostró sus cualidades en uno de los grandes
escenarios del fútbol mundial. Mención aparte merece Mario Bermejo. El debate
sobre su titularidad debería pasar ya a la historia. Incalculable el valor de
su trabajo más allá del gol.
El partido murió
con el inexplicable gol de Jordi Alba por fuera de juego clamoroso. Aún así, el
Celta no se descompuso y terminó el partido en busca de recortar distancias.
Fue un final digno a un partido con el que sentirse orgullosos. Caer entraba
dentro de las cábalas, por ello la imagen que el equipo mostrase guardaba gran relevancia.
Los de Paco Herrera demostraron poder ser el quebradero de cabeza de cualquiera.
Salieron al ataque, defendieron bien, tuvieron sus oportunidades y complicaron
la vida a uno de los mejores equipos del mundo. Y todo con siete canteranos en
el once titular. Algunos dirán que es una derrota como cualquier otra. Se
equivocan. Hay maneras y maneras de perder.
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