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Foto: marca.com |
El fútbol son resultados y son los resultados los que suelen justificar el fútbol. El Chelsea alcanzó la temporada pasada la gloria europea tras conquistar una Champions con una de las propuestas balompédicas más ruines jamás vistas. Mourinho, considerado por muchos el mejor entrenador del mundo, alzó la Liga de Campeones en 2010 con un Inter de Milán que vivió gran parte de la competición aprovechando las miserias ajenas. Italia, la cuna del catenaccio, conserva en sus vitrinas cuatro Copas del Mundo que justifican el escaso atractivo de un modelo antiestético. Y Grecia, una nación de tercera línea futbolísticamente hablando, logró el mayor éxito de su historia en la Eurocopa de Portugal a través de un juego ultradefensivo y conservador.
Son ejemplos de que el buen fútbol no tiene por qué estar reñido a la consecución de resultados. En el lado contrario, también encontramos varios casos. La escuela holandesa, desde Cruyff a Sneijder pasando por Van Basten, jamás ha ganado un Mundial. Acumula ya tres finales perdidas. Qué decir del Celta de Víctor Fernández, el mejor Celta de la historia, un equipo cuyo juego maravilló a toda Europa y que obtuvo un bagaje tan reducido como una final de Copa del Rey y tres cuartos de final de la Copa de la Uefa. Falta de templanza en los momentos decisivos, ausencia de oficio y competitividad o escaso carácter ganador son algunas de las explicaciones a lo inexplicable.
Actualmente en Vigo también se trata de poner explicación a lo inexplicable. Un equipo que ha sido netamente superior a cinco de sus seis rivales hasta entonces suma tan sólo 6 puntos. Algunas voces, después de la derrota en Granada, cuestionaron el modelo. Quizás el Celta, un recién ascendido a Primera División, debiere apostar por un fútbol más conservador, por proteger su portería y tratar de rascar algo a la contra. Salir a dominar y a someter al rival a través del balón puede ser una osadía para un conjunto que viene de pasar cinco temporadas en la categoría de plata. A lo mejor sería más conveniente priorizar el resultado final por encima de cualquier cosa.
Herrera suele decir que el primer paso de cualquier equipo es el de merecer ganar los partidos, luego llegarán las victorias. Tiene razón el técnico catalán. Aunque los resultados dicten lo contrario, el Celta está en el buen camino. Ha adoptado una propuesta valiente y atractiva que además de gustar al aficionado por su belleza seguro que terminará encandilándolo por sus resultados. Es cuestión de tener paciencia, de ajustar pequeños aspectos y de mantener la identidad. También en Segunda se aseguraba que la mejor receta para ascender era a través de un fútbol conservador. El Celta demostró el curso pasado que no tiene por qué ser así.
Ejemplos como los del primer párrafo son casos aislados, excepciones que confirman la regla. En el fútbol, como en muchos aspectos de la vida, suelen triunfar los buenos, los que más se lo merecen. El Celta ha sembrado y debe esperar para recoger. No es momento de cuestionar el modelo, sino de corregir los desajustes que presenta -principalmente en el apartado defensivo-. El oficio, la competitividad y la experiencia son cualidades que se aprenden con el tiempo. El fútbol, la calidad, se tiene o no se tiene. Y el Celta la tiene. Toca seguir apostando por ello, no decaer pese a los obstáculos y esperar por los frutos. El estilo no se toca.
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