Cinco largos años después el Celta regresa a Primera
División. Un lustro de miseria futbolística que debería haber servido para que
el celtismo ponga de una vez los pies en la tierra. La época de bonanza pasó
con la injusta ausencia de un trofeo que le abriese hueco en los libros de
historia. El Celta fue grande durante unos años, convirtiéndose en uno de los
conjuntos punteros del fútbol español. Pero el sueño llegó a su fin en una
tarde de mayo de 2004 cuando los goles de los entonces mallorquines Nené y
Perera enviaron al infierno a un equipo acostumbrado a pasear por Europa.
Entonces el Celta
se equivocó. El inmediato ascenso y la posterior temporada en Primera en la que
se consiguió la clasificación para la Uefa fueron el antídoto perfecto para un
celtismo convencido de que el descenso simplemente había sido un pequeño lapsus
sin importancia. En Vigo existía el pensamiento de que el Celta era un equipo
grande que vivió un mal año tal y como le había pasado poco antes al Atlético
de Madrid. Error. Un nuevo descenso, casi tan inesperado como el primero,
empujó al equipo a una categoría de plata que ya no abandonaría en cinco años.
Una etapa que, si no llega a ser por un tal Iago Aspas, bien pudo haber significado
la desaparición del club.
El Celta cuenta con
una nueva oportunidad en la élite, por lo que conviene recordar el pasado y
evitar errores pretéritos. La avaricia rompe el saco y palabras como las del
presidente Carlos Mouriño, en las que afirma que el objetivo del conjunto
vigués es pelear por Europa en la segunda temporada en Primera, diseñan un
camino que no conviene seguir. El objetivo a medio plazo es y debe ser sólo
uno: la permanencia. Todo lo contrario sería llamarse a engaño.
El conjunto vigués
es un histórico de la categoría, no en vano ha estado 46 temporadas en Primera
División. No obstante, la gran mayoría de ellas ha vagado por la zona
media-baja de la tabla, con la permanencia como única meta. No nos
engañemos, el Celta es cola de león, lo
que no es poco. Estos cinco años en Segunda, tres infames y dos como cabeza de
ratón, deberían habernos servido para valorar como se merece la máxima
categoría del fútbol español. Disfrutar de un decimoquinto puesto debería ser
norma durante un buen tiempo y toda permanencia merecería ser festejada como si
de un título se tratase.
El Celta de los
próximos años tendría que contentarse con salvar la categoría y disfrutar de la
Copa del Rey. Ese debe ser el único objetivo, alejándose de metas más
avariciosas. Sólo así, consolidándose en la élite, puede que el fútbol nos dé
la oportunidad de revivir esos días de gloria que una vez vivimos,
donde el Celta, nuestro Celta, fue grande durante un tiempo.
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