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Foto: José Lores |
Basilio Ferreiro realiza el saque de honor. En la banda, para ahorrarle energías a sus piernas entecas, aunque ciertamente impulse el balón con energía. Con tanta como Álex López en el 1-0 en la equivalencia biológica. Basilio mueve el mundo a los 96 años. Le sonríe dulcemente al árbitro. Posa con los directivos que se le arremolinan alrededor. Lo observa todo con la serenidad de aquel que ha detenido el reloj. Aunque quiera apurar igual las alegrías.
Hay 14.802 espectadores en el estadio. Para 14.801, el lustro en Segunda se ha hecho largo. Basilio tiene la perspectiva de su larga vida. Nació en 1916. Se hizo socio en infantil, a los 12 años. Recuerda la visita del Real Unión de Irún como el primer choque. Sobrevivió a la guerra civil. Afirma que las balas, en el frente del Ebro, lo ignoraban por bajito. Celebró la vuelta a casa sacándose otra vez el carnet del Celta, que es cuando se reinicia la cuenta de sus 72 ejercicios consecutivos como socio. Era la temporada 1939-1940, el estreno del club en Primera División. Cuando Nolete marcó el primer tanto celeste en la máxima categoría, el 3 de diciembre de 1939, él ya estaba allí. Estaba allí mojándose, cuando solo Tribuna tenía cubierta. Allí en las glorias de los cuarenta y cincuenta o en el largo exilio de los sesenta. Disfrutó de la clasificación para la UEFA de 1971 y del brillo continental de la generación de Karpin, que era su favorito. Quizás lloró por la sangre de Quinocho y se dolió por la espina quebrada de Alvelo. Superó el pasmo del "caso Toni Moral" y siguió en vilo el proceso concursal. Ni una sola vez ha dudado de su fe en este tiempo. Ni cuando Pavic tuvo que rescatar al club de la Segunda División B. Siguió firme en la pleamar y la bajamar.
En cierto modo, 14.801 espectadores son sus hijos. Aseguran la continuidad de ese amor igual que sus nietos y su bisnieto, también socios. Todos gritan "que sí, joder, que vamos a ascender" y es para prometérselo a Basilio. Entonan el "ondiñas veñen e van" y el "miudiño". Corean el nombre de cada jugador, "loló, loló". Truenan para que Basilio, que anda duro de oído, los escuche bien.
Había dejado de acudir al estadio. Por el frío del cemento, que se le cuela hasta el tuétano. Ayer, aunque el viento soplase, el estadio tiene el calor de la carne. Iago Aspas vuelve a ejercer de ídolo. Aquellos dos goles al Alavés lo elevaron a los altares y no ha vuelto a descender de la peana. Cumple con las obligaciones del cargo. Basilio tiene su camiseta entre las que guarda, junto a la de Gudelj. El moañés se la regaló en el último entrenamiento antes del derbi de la primera vuelta. Uno de sus nietos llevó a Basilio a la Kedada Celeste. "¿Cuántos años lleva de socio?", le preguntó Aspas. "Pues 72", le contestó Basilio. El joven se quitó la prenda y se la entregó. "Es la que regalo con más alegría", le dijo. Tal vez no sea casualidad que el canterano haya explotado como goleador desde entonces. Ahora sabe perfectamente para quién juega.
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