El Celta se vive sin necesidad de verlo


Foto: David Penela

El sábado pasado se vivió una nueva explosión de celtismo en la Nova Creu Alta, donde más de 300 celtistas se dieron cita para vivir la victoria celeste ante el conjunto de Lluis Carreras. La pasión por unos colores de la peña Blau Cel de Barcelona los convierte en los guías cuando el equipo juega en Cataluña o regiones cercanas, donde habitualmente se ven apoyados por los muchos que van desde Vigo. Pero hubo uno entre todos que lo vivió de forma especial.

El celtismo comenzó a reunirse desde primera de la mañana en el local de Blau Cel en la ciudad condal, el Bar Anduriña enfrente al Parc de la Ciudadella. Estaban la mayoría de los miembros de los Blau, pero además decenas de vigueses llegaron en avión para vivir el encuentro con ellos. Comando, Centolos o Irmandiños entre otras peñas se reunieron y comieron en este restaurante gallego.

En torno a las tres de la tarde la estación del Arc de Triomf se llenaba de celeste en sus andenes para coger el Rodalies hasta Sabadell. Los vagones de la línea R4 cambiaron de color durante la media hora de recorrido hasta la comarca del Vallés. Tras una caminata hasta los alrededores del estadio del Sabadell, los aficionados cogían posiciones en la esquina del Gol Sur desde media hora antes.

Pero entre todos ellos había un aficionado muy especial. Era el único sentado durante todo el partido en medio de la zona de pie, que a la vieja usanza se estableció a ras de césped en la zona visitante. No necesitaba ponerse de pie, porque desgraciadamente perdió la visión. Se desenvolvía gracias a la ayuda de su hijo.

Vestidos ambos con la elástica celeste de esta temporada, este celtista se valía de dos armas para ayudar a animar, su garganta que solo gritaba ¡Vamos Celta! y una pequeña trompetilla que no paraba de soplar. No llevaba una radio para saber cómo iba el partido, sentía al resto del celtismo y cuando había una jugada dudosa preguntaba a su hijo, tan sencillo y tan difícil a la vez.

Y así vivió la victoria del Celta en Sabadell. Se fue como llegó, en silencio, apoyado en su hijo justo al terminar el partido, para evitar aglomeraciones que le dificultaran la salida. Pero con una sonrisa de oreja a oreja. En su alegría de haber podido vivir, sentir y sufrir a su Celta en directo, aunque no pudiera verlo.

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